Las paredes de la ciudad fueron durante décadas objeto de disputa, en ellas competían los afiches destinados a la publicidad de algún producto o a la propaganda política, con los graffitis como muestras de expresión subjetiva, artística muchas veces y las escrituras como modo de protesta política y social de algún colectivo o bellos y desesperados mensajes de amor.
De la tiza y el carbón al aerosol. El graffiti como modo de expresión popular de protesta política surge cerca del año 1920 en nuestro país y posteriormente es un fuerte instrumento del peronismo que imprime en cada muro el anónimo y repetido “Perón vuelve”. Es innecesario decir que durante la dictadura, escribir las paredes fue uno de los pocos medios de expresión posibles, intento de develar lo silenciado y que por cierto podía costar muy caro a quienes lo practicaban a escondidas y generalmente de noche. Podríamos sostener, que la pintada política fue un medio de expresión fundamental de los grupos reprimidos o proscriptos en la historia del país. Tengo como recuerdo de infancia ver inscripciones inconclusas en alguna pared, que mi imaginación de niña intentaba completar sin preguntarme por la suerte del escritor.
Con el tiempo, podemos ubicar un devenir del graffiti desde ese acto más bien nocturno, político rebelde y clandestino; a su mutación al graffiti firmado, de autor o a la mera firma con la cual muchos pibes buscan infructuosamente un nombre o un lugar socialmente reconocido. Actualmente pueblan nuestros muros firmas jeroglíficas.
Entre ambos momentos, hubo otras instancias del graffiti. La democracia trajo las pintadas de los primeros grupos como los renombrados “Los Vergara” o Bolo alimenticio y Fife&Autogestión que parodiaban con ironía y genialidades las consignas políticas. “Si Evita viviera, Isabel sería soltera”
En los 90 llega al país el graffiti como arte hip hop y surge el color en las paredes como expresión de ilegalidad de pandillas urbanas.
Huelga decir que las distintas formas nunca desaparecen, sino que como capas geológicas conviven garrapateando paredes, sólo ocurre que unas adquieren primacía sobre otras, dominan. Por ejemplo, hoy en día los mensajes feministas escritos en verde florecen claramente en la zona del Congreso. En el Soho, en cambio, parece imponerse el graffiti estético de autor.
Se ficha un afiche. Hecha esta breve historia, debo decir que en estos días nuestras calles están habitadas de novedad. En nuestras paredes pueden verse abundantes afiches no institucionales, ni políticos ni publicitarios, por cierto; el afiche en reemplazo del graffiti, el nuevo afiche que podríamos llamar de expresión.
Muchos de ellos se encuentran firmados, son carteles de autor. Pueden ser objeto de imprenta o de confección casera. Coloridos o en blanco y negro. Mayormente únicos, pero también algunos pocos repetidos en breve serie. Con mensajes irónicos, graciosos, de crítica o desnaturalización de modos instituidos socialmente. Basta deshabituar la mirada para descubrir este fenómeno que asoma en nuestro espacio urbano. ¿Con qué alcance? ¿Toma todos los barrios o sólo algunos? ¿Son obra de los mismos grupos sociales? Probablemente no.
¿Qué cambió? ¿Qué implica que en el lugar donde antes se imponía el graffiti, ahora asoma el afiche?
Laura Noziglia