Yo, adolescente, la nueva película de Lucas Santa Ana, hace un recorrido por los años 2000 a través de la vida de su protagonista Zabo (Renato Quattordio), personaje atravesado, en los comienzos de sus dieciséis años, por Cromañón (a nivel sociopolítico) y por el suicidio de uno de sus mejores amigos, Pol, a nivel personal.
Este contexto de ebullición en todos los aspectos de su vida lo lleva a interpelar sus propias vivencias a través de un blog que titula de manera homónima al nombre de la película. El título aparece invertido, con las letras reflejadas, después de que Zabo termine de escribir lo que será una de las frases más reconocidas de su escritura: Alguien en alguna parte tiene que estar pasando por lo mismo.
Porque el filme intenta reflejar no sólo lo que llamamos un clima de época sino algo mucho más trascendental: la experiencia adolescente. Como espectadorxs, asistimos a estas experiencias marcadas por la imposibilidad de asistir a boliches y las ansias de juntarse a bailar, a divertirse, a experimentar. Se nos muestran las marcas, los huecos, los espacios vacíos que dejó la tragedia de Cromañón y cómo modificó las vidas de estos personajes. Al mismo tiempo, el personaje de Zabo va narrando sus interrogantes acerca de todo eso que le está pasando, todas estas cosas que confluyen en su modo de ser, en su modo de estar y vincularse con lxs otrxs. Desde preguntas acerca de su deseo sexual, quién le gusta y cómo, cuáles son los límites entre la amistad y el sexo hasta inquietudes acerca de la muerte.
Si bien el filme se asemeja a la mayoría de las películas de adolescentes donde se retratan las fiestas y la escuela, la música y la diversión que disfrutan el grupo de adolescentes en línea con los estereotipos de la juventud, Yo, adolescente logra interceptar una vía de preguntas incómodas, las referidas al tópico de la muerte y el suicidio. Zabo escribe, (re)pregunta e intenta conversar con sus amigxs acerca de las razones para estar vivo. La inquietud nace más del qué hay acá, en este mundo, para quedarnos y vivir que del qué habrá después de la muerte. El miedo no pareciera estar frente a lo desconocido sino frente al desencanto que produce el mundo convulsionado de principios de los 2000 en una Argentina en crisis y la adolescencia como ese tramo de vida bullicioso en la vida de la mayoría de las personas.
Zabo intenta. Intenta formular respuestas mientras va de fiesta en fiesta, de amor en amor, intentando vincularse, cometiendo errores la mayoría de las veces. Intenta bocetar modos para relacionarse con lxs otrxs, para dialogar, para abrirse. De algún modo, la escritura le funciona como un puente con esxs otrxs a lxs que no conoce pero que sabe ahí, del otro lado de la pantalla.
Sin embargo, hacia el final de la película los sentidos comienzan a cerrarse. La voz en off del papá de Zabo dando un mensaje hacia lxs espectadorxs acerca de la escucha y la atención que se merecen lxs amigxs y lxs adolescentes para evitar los posibles suicidios impide que la mirada de lxs espectadorxs pueda construir su propia idea acerca del filme, imponiendo una lectura unívoca, una lectura cerrada en sí misma.
Aún así, las adolescencias que atraviesan la película se anudan en un entramado social e individual, allí donde la historia contextual permeó en las experiencias juveniles, donde los amores, la identidad y las amistades se vieron modificadas, transgredidas. Yo, adolescente realiza un retrato muy locuaz de esta época tan compleja: la adolescencia.
Francisca Pérez Lence