En plena década del 90, una joven estudiante de Biología entra a trabajar como niñera en la casa de una familia acomodada. Entre peluches y frascos de compota, Milena (Violeta Urtizberea) le irá contando a Angie, la bebé que cuida, su vida en tiempo real: sus miedos, sus romances, sus fantasías y el nudo en el que todas esas líneas se cruzan, la pregunta por un futuro incierto.
“Una casa llena de agua”, el primer unipersonal de Tamara Tenenbaum, llega al Centro Cultural San Martín. Hace un mes, la filósofa, escritora y guionista reflexionaba sobre la construcción de su protagonista en un ensayo publicado en ElDiarioAr: “Anclarla en una zona (entre Monserrat y Constitución) que está cerca de mi zona sin ser exactamente mi misma zona (Once) me permitió entender y pintar toda otra parte de ella, después de haber pasado tanto tiempo trabajando sobre mis propios lugares. También me sirvió hacer de ella una persona que tenía conciencia de esa localización, que tenía conciencia de la ciudad (…) Hacerla una persona conocedora de calles y de geografías urbanas me la hizo más cercana, y hacerla habitante de un barrio que no es el mío me permitió sostener la distancia, sostener la diferencia.”
La tensión entre la cercanía y la distancia me interesa en tanto clave de lectura de esta pieza. El monólogo se asienta en la esquina donde convergen dos paredes rosas de revestimiento acolchonado, que parecerían tener el grosor necesario para conservar todos los misterios allí enunciados. El mobiliario en madera pintado de blanco, la ropa de dimensiones ínfimas, los juguetes de colores y los cuadritos artesanales nutren ese universo en el cual la palabra dicha se esfuma en acto, conformando su carácter efímero e inasible. Nada deja huellas en el cuarto de Angie, más bien es la casa la que imprime en la protagonista un abanico de experiencias inéditas, conformado por el encuentro con una serie de códigos distintos a la hora de vincularse. En un vínculo que se traza ya desde el propio texto, la posición de Milena es analogable a la de la Sirenita, de Hans Christian Andersen, cuando visita la tierra: “está fascinada con todo pero no entiende nada”. Ambas circulan por sus respectivos mundos con autorización y tienen la posibilidad de acercarse a cuanta novedad les atraiga, pero el enclave geográfico pesa menos que la distancia social y afectiva. En particular, la protagonista de este texto de Tamara Tenenbaum opina de cuanto modo extraño de hablar y escuchar se le cruce por delante, compara la pilcha de la familia de Angie con la de sus amigas, se hace agua la boca con la costumbre de los ricos de no pedir permiso y corporiza la sorpresa en más de una ocasión.
Como si se tratara de un cuarto propio pero sin su nombre en la puerta, el personaje de Urtizberea diseña un circuito para su palabra, un espacio seguro donde ensayar y encontrar un lenguaje que le permita expresar todas aquellas imágenes que rebotan en su cabeza. Hay algo de diario íntimo en este monólogo, quizás en la voluntad de volcar en alguna parte cada una de las impresiones de Milena, casi una extraterrestre en ese mundo tan expulsivo, a la vez capaz de albergar entre cuatro paredes las confesiones más perversas. Pero si todo diario íntimo instala, en el ejercicio de escritura, un desdoblamiento del sujeto en las posiciones de enunciador y enunciatario, aún estando Angie presente, su niñera parece hablar con ella misma, escuchar las modulaciones de su propio pensamiento. Y es que la bebé que cuida es, en efecto, el receptor perfecto: suficientemente silenciosa para no interrumpir el flujo del relato, suficientemente presente para permitir que otras breves líneas narrativas tengan lugar.
De la mano minuciosa de Andrea Garrote en la dirección, Urtizberea crea un cuantioso archivo de imágenes a partir de un trabajo vocal y gestual impecable, siempre atento a las ocurrencias del momento, al recuerdo de lo que alcanzó a espiar en la habitación del lado y en los álbumes de fotos, y —por qué no— a la tarea circunstancial de utilizar ese espacio y ese tiempo para repasar los contenidos de un parcial. Tanto el texto dramático como la interpretación prodigan detalles que no podrían sino provenir de alguien tan curioso por la otredad que frecuenta a diario como respetuoso de esa totalidad inalterable.
La mirada de Milena se ubica siempre en el borde entre lo que desconoce y lo que le es familiar. Sin embargo, la falta de reconciliación de ambos extremos no detiene el discurso; por el contrario, lo alimenta a cada gesto imposible de reconocer propio. ¿Qué otra fuerza primigenia más adecuada que el agua para describir tan precisamente las formas en las que se va metamorfoseando su pregunta por lo ajeno?
“Una casa llena de agua” es una producción de Compañía Teatro Futuro. Se presenta viernes y sábados a las 21 y domingos a las 19 en la Sala Muiño del Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551). Duración aproximada: 60 minutos. Podés reservar tu ubicación acá.
Última función: Domingo 24 de octubre.
Por Milena Rivas
PH: Nora Lezano