Toda palabra es una apuesta, una apuesta hacia la libertad o el encierro, como toda decisión lo es también, como toda infancia es un texto que se escribe de pequeñas frases, de sílaba en sílaba, de capítulo en capítulo: en El Ejercicio de Perder, Haidu Kowski rastrea el momento exacto en la que una vida deja de rimar con sí misma y empieza a perder el rumbo. Pero puede hablar también del momento en el que el poema ritmo vital se encamina o quiere encaminarse: ¿cómo volver a ser quién uno fue? o, mejor dicho, ¿cómo inventar el relato de quién uno fue?
Elías es El Polaco. O no es El Polaco. Se convierte en él. Transmuta. Como transmuta un pote de mostaza en proyectil: por la fuerza de voluntad del devenir, insondable. Por las pequeñas decisiones. Por las palabras que no debieron pronunciarse y sin embargo se pronunciaron. Elías es El Polaco, se transformó en algún momento y podrá transformarse de nuevo. En un ida y vuelta entre futuro y pasado, el texto narra -como en la tradicional fórmula de el inicio y la caída- la génesis de este hombre que se dedica a cobrarle -como sea- a los apostadores en desgracia -sean quienes sean-, pero también narra su vida interior, su contradicción, que es la contradicción de todos: la tensión entre una infancia y una adultez, entre haber sido y ser.
Con pulso cinematográfico, el autor encuentra lo que tiene de asqueroso el placer y lo que tiene de bello el desastre, lo que ahoga del amor y los aromas de la niñez, la pausa justa cuando todo se acelera y también la capacidad del pacto de verosimilitud: en el universo Haidu Kowski todo es válido, siempre que lo quiera Haidu Kowski. Porque, como los pepinos que cocina la bobe y funcionarán como hilo conductor de la historia (desde la última frase del sublime capítulo cero hasta bien llegado el final), el texto se macera en su propio aceite. Y cada palabra sabe mejor.
Patricio Cerminaro