Hace unos pocos días, ninguno de los que fueron a ver a Foo Fighters en Buenos Aires, sospechó que era la última vez que verían a Taylor Hawkins.
Desde atrás de la batería, imponiendo vértigo e intensidad a la banda, o como frontman ocasional versionando temas con estilo propio, imprimía un sello que no admitía confusión.
Aquella noche, no solo tomó el micrófono en Buenos Aires para hacer una atildada interpretación de Somebody to love, el tema de Queen, sino que también es recordada la enorme versión de Rock and Roll en Wembley del 2008, junto a su socio Dave Grohl en batería y a Jimmy Page y John Paul Jones, íconos de Led Zeppelin.
Su cabellera rubia y su barba vikinga, su caminar algo desgarbado y su sonrisa siempre latente, eran muestras de una juventud y vitalidad, que mantuvo intactas hacia el día de su final, a los cincuenta años en un hotel de Bogotá.
Hawkins está en el podio de los mejores bateristas de este siglo. Más allá de decir que está tocando con otros que se han ido recientemente o que el mundo es más triste desde su partida, lo cierto que esa batería, la misma que en el último show de su vida en Buenos Aires decía Foo’s Addiction, será la que lo extrañará como nadie.
Guillermo Cerminaro