Qué obviedad decir que toda vida es inaccesible. Incluso tal vez la propia vida. Pero hablemos de las vidas, las otras (¿nuestra vida no es una vida otra?). Las vidas como misterio, como enigma, como cosa imposible: ¿en qué ocupan el tiempo los demás, cómo viven, qué hacen cuando dicen que hacen, qué hacen cuando dicen que no, que no hacen nada? Imposible saberlo. Fin de la pregunta.
Ahora hagamos una pregunta más interesante: ¿cómo se puede acceder a una memoria? Si se puede: ¿la memoria es una vida también? ¿o es una cosa? Es una cosa, parece ser una cosa. Tengo en mis manos el libro de Cage y estoy seguro que es una cosa: Escribir en el agua, la novedad de Caja Negra, es la confirmación de que existe un modo de descarga, un modo de legado, una versión fantasmal que puede sobrevolarnos y que si las mentes son brillantes (y la mente de Cage brillaba, ¿cómo no iba a brillar?) incluso podemos verlas.
Mírenlo ahí, por ejemplo, mírenlo. Tomando sus clases con Schoenberg, mírenlo. Está en el pizarrón resolviendo un problema sencillo, ¿sencillo?, no tan sencillo. Si es tan sencillo resuélvalo de otra forma, señor Cage: y Cage va y lo resuelve. Porque la cabeza de Cage cambia. Cambia como un piano intervenido: pone objetos entre las cuerdas neuronales y, pum, una idea nueva. Una canción inaudible, ¿o será una canción que se completa solo con lo impredecible de la audiencia? O pum, pone otro objeto entre sus cuerdas y de repente el i Ching, ¿de dónde salió? ¿siempre estuvo ahí? Será cuestión de usarlo: será cuestión de azar. O pasarán los años y seguirá poniendo objetos en su piano/mente. Y siempre detrás de las respuestas: Cage, encerrado en la traducción de su apellido, quiere salir de la jaula. Los sesenta y dos años de cartas que componen este volumen muestran su obsesión por salir de la jaula. O por responder la pregunta que su maestro le hizo aquella vez frente al pizarrón: ¿cuál es el principio que subyace a todas las soluciones?
Dirá en una carta de 1948: “no me interesa el éxito, sino solamente la música”. Dirá en el ocaso, 1992: “Me encuentro en un punto en el que ya no pienso ni siento. Todo lo que escribo son sonidos”. Qué pasó en el medio: qué pasó entre ir hacia la música y volverse la música. Pasó el budismo, pasó el amor, pasó un gato que se cae de un sexto piso y se rompe un diente, pasó la muerte de un padre, la larga postergación de la muerte de una madre, pasó un cambio de alimentación, dolores en la muñeca, pasaron Duchamp, Wittgenstein y Thoreau, pasaron viajes, muchos viajes, pasaron estas cartas y las que nunca se recuperarán. Pasó la respuesta, en el año 77: “el principio que subyace a todas las soluciones es la pregunta que hacemos”. Y también pasó la obsesión por los hongos y sus beneficios.
Mírenlo ahora, paseando por el bosque, sintiendo la frecuencia exacta de una hoja seca crujiendo bajo sus pies. Mírenlo ahora, agachándose, encontrando, salvaje, algo precioso: esos mismos somos nosotros, en el bosque Cage, tocando con los ojos sus palabras: íntimas, alucinógenas, ricas, naturales, propias y a la vez, silenciosas.
Patricio Cerminaro