La historia siempre es un punto de partida, o debería serlo. Debería ser solamente un muelle, un lugar al que volver, de vez en cuando, para volver a zarpar: la historia, la Historia con mayúsculas, como una serie de eventos que fueron así pero podrían haber sido asá. La historia, la Historia con mayúsculas, como laboratorio de la ficción: el tiempo, tubo de ensayo de la narración. Y entonces algunos, los que pueden hacerlo, los que saben hacerlo, vienen y hacen su química con el material del pasado. Como Daniel V. Villamediana: ¿cómo construir la harto conocida historia de Cristobal Colón en algo más que un librito de historia? Con ficción, ficción, ficción. Ficción como lo que no puede terminar de entenderse. Ficción como lo que no termina de cerrar. (Como si la realidad se entendiera, como si la realidad terminara de cerrar). No, ficción como algo más: ficción como forma de hacer explotar el laboratorio. Para que la química misma de la palabra encuentre nuevas formas de representación, nuevas ideas de identidad, nuevas formas hacia el entretenimiento, ¿acaso la historia humana no es una desesperada forma por entretenernos, por llenar el tiempo?
Entonces aquí estamos. Con la degeneración de una trama que saca a Colón de la realidad, de la realidad normalizadora y lo lleva a un mundo tal vez más interesante o al menos más misterioso. El viejo recurso del qué hubiera pasado si. Qué hubiera pasado si Colón hubiera encontrado lo que le advirtieron que encontraría: ¿qué hubiera pasado si la realidad era como decían que era? Esa es la pregunta que dispara los universos. Y entonces hay que leer. Leer, leer, leer. Para que la ficción lo tome todo: la ficción como elemento totalizante. Y entonces hay que leer. Para ver qué será de nuestro mundo cuando levantemos los ojos.
Patricio Cerminaro