En su última novela Montevideo, casi al comienzo de la misma, Enrique Vila-Matas enumera cinco tendencias a la hora de escribir:
1) La de quienes no tienen nada que contar.
2) La de quienes deliberadamente no narran nada.
3) La de quienes no lo cuentan todo.
4) La de quienes esperan que Dios algún día lo cuente todo, incluido por qué es tan imperfecto.
5) La de quienes se han rendido al poder de la tecnología que parece estar transcribiéndolo y registrándolo todo y, por tanto, convirtiendo en prescindible el oficio de escritor.
Cualquiera de los puntos merecerían un desarrollo, pero en la parte en la que Vila-Matas habla de Montevideo, la ciudad que da título al libro, dice que La puerta condenada, el relato de Cortázar del que va a hablar extensamente, “no podía estar más ligado a la casilla 3 y al fecundo sector de los que «parece que van a contarlo todo, pero dejan siempre un cabo suelto».
En la parte que habla de Montevideo (antes había hablado de Paris y de Cascais) dice:
“Por eso cuando, no mucho después del funeral de mi padre, me propusieron viajar a esa ciudad, lo primero que pensé, tras aceptar la invitación, fue en una puerta ciega que había detrás de un armario en el cuarto de hotel en el que Cortázar situó «La puerta condenada». Hacía años que deseaba pisar el territorio de aquel cuento de ficción, ver el armario, la puerta que estaba detrás del armario, la para mí mítica puerta condenada, intentar averiguar qué pasaba cuando uno entraba en un espacio de ficción que existía al mismo tiempo en el mundo real o, dicho de otro modo, en un espacio del mundo real que no sería nada sin un mundo de ficción, y a la inversa, y así hasta el infinito.
Que hay detrás de la puerta, lo oculto, lo no dicho, es la parte de ese todo que falta.
Mirar por la rendija que deja la escritura, es lo que queda para el lector.
Guillermo Cerminaro