Apuntes sobre la masividad

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Más allá de los comienzos, el rock tuvo su punto alto de creatividad en los 80. Virus, Los Abuelos de la Nada, Sumo, Los Violadores en esa época eran bandas que llenaban Obras, pero no mucho más. Soda Stereo llegó a otro nivel de masividad, no solo acá sino en Latinoamérica y los Redondos hicieron lo propio a nivel estadios en el ámbito local.  Poco después, La Renga y Los Piojos se constituyeron también en bandas de estadios.

Las que hoy tienen más de treinta años, Divididos, Las Pelotas, Babasónicos nunca tuvieron una masividad extrema. Ese lugar lo ocuparon en las últimas décadas dos bandas uruguayas: No te Va Gustar y La Vela Puerca.

El show que brindó Las Pelotas el pasado domingo en un Luna Park atestado de gente, dejó en evidencia de alguna forma que su público, como el de las otras bandas de igual convocatoria, se sigue manteniendo, pero que no son jóvenes quienes concurren: son aquellos que fueron creciendo con ellos. Para los más jóvenes el interés está en otro lado, en la música urbana que los interpela y representa.

Otra cosa que se evidencia es que la capacidad creativa de los grupos nombrados (quizá con la excepción de Babasónicos) no satisface a los seguidores quienes siguen esperando los viejos temas.

Caso aparte son los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. Cuesta explicar la masividad si no es desde una mística especial y de una aceptación del simulacro que permite que el Indio aparezca (como puede) en las pantallas y eso sea aceptado (alterando el principio de realidad) como si allí estuviese presente.

No es que no haya bandas de rock emergentes: las hay y muchas, pero la escena está atomizada.

La masividad, por ahora al menos en cantidad de escuchas, está en Duki, Maria Becerra, Bizarrap o tantos otros nombres que emergieron con fuerza inusitada en los últimos años.

El rock en ese sentido parece estar dando los últimos espasmos, más vinculados a un tiempo que no termina de irse.

El porvenir, si es que tiene un lugar vinculado al rock, no parece reservarle las mejores luces.

Guillermo Cerminaro