El marasmo del rock de acá

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Esperar una novedad en el rock parece una quimera. Para que ocurra al menos debe haber una intención que ni siquiera se vislumbra. Aquello que se denominó rock nacional se constituyó como una versión de lo que algunos precursores escuchaban de la música que, a cuentagotas, llegaba de Inglaterra y de Estados Unidos.

Pasaron los años y en Argentina los 80 parecieron ser tierra fértil para lo nuevo. Aquellos creadores se nutrían de la música que escuchaban y que llegaba, ya con menos dificultad. Luca Prodan trajo a Sumo su bagaje europeo, Cerati era un excelso escucha de música en inglés, Miguel Abuelo había vivido en Europa, Federico Moura era un hombre de mundo.

Con el tiempo las bandas nuevas, pese a una aparente facilidad para escuchar música dejaron de hacerlo y empezaron a hacer malas copias de otros grupos (de los Redondos, por poner solo un caso), y propiciaron que lo de abajo del escenario fuera más importante que lo que surgía de arriba.

¿Qué pasa hoy? El mato a un policía motorizado no logró traccionar a otras bandas indie y hay un vacío creativo con una apatía de la que parece difícil salir.

No se entiende cómo los artistas emergentes no toman los riesgos necesarios, que parece ser la única manera de trascender.

Aunque más difícil, surge como la única forma: así lo hicieron, por citar un par de casos, Babasónicos o Catupecu Machu. Fernando Ruiz Díaz solía decir: “cada vez que sacamos un disco nuevo perdemos un montón de seguidores”.

Quizá la vía que haya que seguir tenga que ver con aquello de perder la comodidad y apostar por algo novedoso. Puede salir como no, pero es la única manera de sacar al rock del marasmo en el que se encuentra inmerso.

Guillermo Cerminaro