I was busy thinking ‘bout boys… Boys, boys…I was busy dreaming ‘bout boys…Boys, boys… Canta una música que hace vibrar los cuerpos de tres hombres, en un bar. Un primer plano de sus caderas, en pantalones ajustados azules y marrones, que se contornean de un lado hacia el otro. La música se adormece, y se nos presentan a estos tres ¿empresarios? ¿emprendedores? que conversan sobre negocios. Y trajeados, tomando tragos, denigran a una compañera de trabajo. Comentarios que ya hemos escuchado, que con ella las transacciones no salen tan bien, que tiene que acostumbrarse, que las cosas son así y así se mantendrán. Uno de ellos, abstrayéndose de la conversación, descubre, o es tomado por algo fuera de campo. Algo que, por apenas un momento, se nos escapa. Pide la atención de sus compañeros, que observen también, que contemplen. Y la cámara nos presenta la maravilla: un sillón rojo y una mujer en el centro del mismo, con los brazos extendidos, borracha. Una imagen compuesta estéticamente como un cuadro. Pictóricamente atrapante. Algunas reminiscencias a la crucifixión se nos mezclan con lo que vemos, ella con sus brazos largos y la cabeza caída sobre el pecho, el aturdimiento en sus ojos y labios. Está borracha. Uno de ellos se encarga de preguntarle si está bien, y de llevarla a casa. Aunque en el camino hacen una parada primero en su departamento, para seguir bebiendo. Allí, el hombre le ofrece más tragos, aún con ella quedándose dormida y balbuceando, ella toma y toma y él la invita a su habitación. La besa, la toca, la desoye, la ignora.
Así empieza Promising Young Woman dirigida por Emerald Fennell. La veo por recomendación de una amiga, Ofelia. Y cuando la termino, algo me enoja. Me gusta creer que las relaciones que tenemos con las películas son relaciones amorosas. Y donde está el amor, está también el enojo o el reclamo, la disconformidad, a veces hasta la distancia. Y con esta película me pasa un poco todo eso. Y como las películas, y más en este contexto, también son un vínculo, charlo con Ofelia al respecto. Le pregunto qué le pareció, tengo ganas de escucharla e intercambiar. Es ella que me devela (señalando aquello que, por estar tan a la vista, se me pasa desapercibido) que la estética girly (ella la denomina así) es lo que le llama la atención. Cassie (Carey Mulligan) viste con ropas que de tan entendidas como femeninas rozan lo aniñado (vestidos largos, prolijos, con pintitas, de colores claros, el pelo recogido en una media cola que le da un aspecto juvenil, enteritos rayados, zapatillas blancas), cada uña de un color distinto, una manera de pararse, de usar su cuerpo en el trabajo o su hogar que repite los esquemas del estar derecha y sonriente, pero sin provocar o destacar. Los espacios hacen otro tanto, los objetos con sus colores pasteles conforman escenarios más que lugares habitados y habitables. La escenografía se hace explícita en este punto, en su distribución calculada y ordenada. Todo está en su lugar.
Y en este clima, Cassie se encarga de ocultarle a sus xadres que todas las noches recorre bares en los que finge borracheras para que los hombres se le acerquen y, condescendientes, la lleven a sus casas e intenten abusar de ella. Su objetivo es hacerlos entrar en razón. Por eso se dice que la película podría ser una reversión del género violación y venganza (conocido como rape and revenge) En el comienzo, en esa breve introducción de personaje y conflicto que describí más arriba, todo sugiere que ella asesina a estos hombres. O que los lastima, los corta, los golpea. Pero, apenas dos o tres escenas después, el filme se encarga de mostrarnos cómo, en la casa de otro hombre, su arma letal no es ni un cuchillo ni un revólver como podríamos haber imaginado, sino el diálogo. Es una venganza moderada, una venganza en tono casi susurrante, una venganza bien girly porque no vaya a ser que el enojo o la rabia que atraviesan a Cassie la desborden.
¿Por qué ocupa sus noches en maquillarse, vestirse, y actuar un engaño para estos siempre firmes hombres abusadores? Porque lo mismo le ocurrió a su amiga de toda la vida, Nina, en los tiempos universitarios. Lo que hace Cassie es en homenaje a su amiga y en respuesta a la violación en conjunto que padeció en su juventud. La violencia le pregnó a tal punto que le cambió la vida para siempre. Está marcada y definida por eso que aconteció, está encorsetada, rumiando alrededor de lo que pasó y no se resolvió. Que el aparato burocrático judicial es injusto, lo sabemos. Que la escucha y contención frente a situaciones de violencia física y psicológica es casi nula, también lo sabemos. ¿Pero a Cassie no puede quedarle algo, diferente, vital? Y la película también lo sabe y por eso intenta proponer a Cassie como la heroína que desestabiliza psicológicamente a lxs representantes del aparato universitario y jurídico del pueblo. Porque como dijimos, su venganza es hablar y confundir. Quiero decir, su venganza es dar una lección, es enseñar. ¿No nos suena familiar que una mujer ocupe esos lugares didácticos y pedagógicos?
Cassie es cruel tanto con hombres como con mujeres porque tanto hombres como mujeres reaccionan indiferentes a situaciones cercanas de violaciones, abusos o acosos. Porque las mujeres tampoco hemos salido de un parque de diversiones con pochoclos y algodones de azúcar, riendo y celebrando entre nosotras. Y sin embargo, Cassie es justificada en esa crueldad como una pobre muchacha triste que hace lo que puede, que actúa movida por la desesperación. Si Cassie va a ser la heroína de la venganza, lo que podríamos decir una mujer de armas tomar ¿Por qué, entonces, es vencida por el definido como el más malvado de todos, justamente, el violador de su amiga Nina? ¿Por qué la cámara se queda, y con ella nosotrxs, observando cómo su cuerpo intenta defenderse de la asfixia de Al (Chris Lowell) que la rodea brutalmente con una almohada y le pone la rodilla al cuello? ¿Por qué seguimos allí cuando sus piernas se cansan y sus brazos no forcejean más? ¿Qué hacemos paradxs junto a Al y Joe (Max Greenfield) mientras creman su cuerpo? La última imagen de Cassie es convertida en ceniza. Cassie incinerada por dos hombres. No es Cassie quien porta la victoria, no es Cassie quien se yergue victoriosa. Se me podría decir que sí, que la policía captura a Al después de todo, que no se casa y su vida se trunca. Pero esa no es Cassie, esa es la policía. La escena final, con Al esposado, es el triunfo de una de las instituciones más nefastas e ineficaces en materia de derechos humanos (en toda su amplia extensión) como lo es el cuerpo policial. Entonces… ¿Qué reversión, qué contrapropuesta? En el medio del filme, una infaltable comedia romántica con Ryan (Bo Burnham) con sus debidas escenas de baile en lugares públicos, comidas en la cama, risas blancas y perfectas.
Retomo a Ofelia, quien en estos días me acercó al texto de Susan Sontag Contra la interpretación, escrito en 1964, en el cual Sontag propone que vayamos olvidando la dicotomía forma-contenido, que intentemos dejar de lado la preponderancia del último por sobre el primero, y que veamos más. Y ver más implica un compromiso con las imágenes y los sonidos que nos están siendo compartidos. A veces los compromisos involucran interrogantes e incomodidades. En estos casos, creo que nos toca, como espectadorxs, prestar una aguda atención a qué estamos festejando como películas contrahegemónicas y “necesarias” Qué películas estamos leyendo como rupturas y reversiones. Como me dijo Melita, otra compañera que la vio y también se molestó, “pretende ser provocadora e incorrecta”. A veces, con las buenas intenciones no alcanza.
Francisca Pérez Lence