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Arctic Monkeys – Tranquily Base Hotel & Casino: Hay que soltar

Entre los días que separaron la filtración del nuevo álbum de Arctic Monkeys hasta su publicación oficial, el fenómeno en redes sociales confirmó una idea poco original pero cierta: los fans no adoran a las bandas, sino a la idea que tienen de ellas. Y ahí donde el imaginario del “te sigo desde cemento” construye una imagen de los británicos como una banda de guitarras, estribillos autoadhesivos y espíritu adolescente, la realidad es donde golpea más fuerte: hace mucho tiempo que los de Alex Turner cambiaron de piel. Tranquily Base Hotel & Casino es sólo otra etapa más de la deconstrucción de su propio mito.

Porque si los discos que separan al nuevo lanzamiento de What Ever People Say, That´s What Im Not, el año 0 de la criatura tal cual se la conoce hoy, son el documento inobjetable del cambio de estilo, aún más lo son los peinados de Turner: del corte taza al pelo largo y la barba candado hay más que una obsesión por el cambio. Porque los Arctic Monkeys no funcionan como una banda camaleónica, sino al revés: en lugar de mimetizarse con su entorno, lo modifican. Y con Humbug le dieron desierto a su ritmo urbano; y con Suck It And See aportaron background cancionero al garaje; y con AM minimizaron sus recursos para ganar espesor.

Los ejemplos sobran y el desenlace lo confirma. En el cambio de acento en la voz de Alex Turner se advierte como intencional lo que Liam Gallagher acusó como impostado: su voz ha perdido el canto británico para acercarse al fonema americano. Y la tríada ya mencionada de discos, desde la producción de Josh Homme para acá, sumada al contacto creciente con la cultura norteamericana del pibe Turner hacían evidente el cambio para todos aquellos que quisieran verlo.

En la subversión de sus intenciones es donde el nuevo trabajo fundamentalmente muestra su verdadera cara: el sonido de Arctic Monkeys ya no se trata del sonido y la canción, sino al revés. Y detrás de los arreglos de cámara y el aura cincuentoso que sobrevuela el disco, la canción sigue siendo la misma: quien haya escuchado a los Monos con detenimiento encontrará en los pianos los arreglos de guitarra que faltan.

Y si madurar es para frutas, entonces las bandas tal vez evolucionen, involucionen o se estanquen. En este caso, el paso es hacia adelante y lógico: en una época en la que publicar un disco es arriesgar, ¿por qué un grupo debería seguir repitiendo su estilo? Pero momento, porque las frutas no tienen la culpa: tal vez madurar también sería dejar de apropiarse del sonido –y el obligatorio deber-ser- de las bandas.

Patricio Cerminaro