Hacia adelante. Así va el tiempo, parece. O se insiste, en todo caso, en que así sea: que vaya, hacia adelante, el tiempo; pero que vaya.
Entonces elijo una serie. Cualquiera, la misma que vos. No importa, para el caso, cuál: arrojadas al infinito, todas las series son la única serie. Y arrojadas al texto, también. Entonces: elijo.
Y por error pongo mal los dedos. Porque la pantalla es chica y yo soy torpe. O porque están mal distribuidos los botones. Pero sobre todo porque soy torpe. Y paso al capítulo siguiente. Me equivoqué y ya estoy viendo aquello que está más allá de lo que yo sé, lo que es posterior a mi ritmo, porque mi ritmo quedó en el capítulo anterior, en el no visto y entonces ya no tengo una parte de la historia. Tengo relato, vacío, ahora promesa de relato. Pero no me quedo con eso -o no quiero quedarme con eso- y entonces retrocedo. Quiero retroceder: no retrocedo. Porque allí, donde debería estar el botón de regreso, no hay tal cosa. Hay botón de avanzar, “ver próximo capítulo”, se me ofrece, pero no quiero: quiero retroceder, dije. Y sin embargo, insisto, no puedo.
Porque está construida, la cosa, para lo próximo. Lo que vale siempre es lo próximo, ¿y lo anterior? no conozco. Es como una picadora de carne, el asunto, no el streaming sino un estilo de vida, la misma vida que tiene que ir, como las series: para adelante.
Y entonces, dos opciones: perderme una parte de la cosa o ir de acá para atrás y de ahí a alguna zona inaccesible donde, con un poco de suerte, podré encontrar el botón que me muestra la lista de capítulos y de ahí encontrar el que corresponde y resistir al mensaje: vaya, parece que ya has visto esto. Pero ya lo he visto. O no lo sé. Ahora dudo: no lo sé. Porque todos los capítulos son el mismo capítulo arrojado al tedio, al spleen del streaming. Y como dudo entonces lo pongo, pero en velocidad rápida: qué progreso, el progreso.
Y confirmo: sí, ya lo había visto. Me equivoqué, tanto escándalo para nada. Pero qué bueno esto de ver a doble velocidad, ¿a triple se podrá? si finalmente la cosa no es ver sino haber visto, ¿para qué preocuparse por lo demás?
Patricio Cerminaro