Vamos a dejar para otra vez la cuestión de si los ambientes y las cosas son o no otro personaje de la ficción. Y por hoy vamos a suponer que sí, que son. Que todo lo que hay opera sobre la realidad. Y la transforma. Y que todo lo que hay es la realidad, pero sobre todo que tiene voluntad. Es la voluntad de un dios, en todo caso, si el autor es un dios. Vamos a dejar para otro día también la cuestión del autor. Hoy hablemos del río. Más que del tigre, más que del Tigre con mayúsculas, hablemos del río. No del río como cambio. Hoy no nos importa el río como cambio. Hoy nos importa el río como proceso de escritura. El texto de Baigorria como un río. Pero no como un río cualquiera. La novela como un arroyo del Delta, ¿estuvieron alguna vez en el Delta? Si estuvieron entenderán. Un fin de semana basta, un fin de semana largo mucho mejor, ¡mil veces mejor unas vacaciones! Sentarse en una terraza a ver el río crecer y decrecer, ¿según qué? Según la voluntad del autor. Concédame esa poesía: el río del delta crece cuando crece el autor. El autor se llama viento, se llama sudestada. Pero no importa eso, no importa que crezca. No importa que crezca y decrezca y menos importa si cambia o no cambia. O si nos bañamos dos veces en el mismo río. Lo que importa es qué deja y qué trae. Como un texto: un texto siempre deja y siempre trae. Así suceden las cosas en El ladrido del tigre. Con la providencia del río y con su retraimiento. Qué queda cuando baja la marea: esa es la pregunta nuclear de todo texto, de todo río.
Y lo que queda es una trama degenerada. Dice Baigorria, bien tempranito: “La pandemia me salvó de la idea loca de ponerme a escribir un policial de terror sobre estos hechos para presentar a un concurso de subgéneros…”. Pero la corriente arrastra. Arrastra el agua, siempre arrastra: la forma del agua es también la forma de las cosas que se lleva. Y aquí se lleva el terror y deja al policial desnudo. Sigue, Baigorria: “había comenzado a fantasear con esa idea a principios de la pandemia sin tener ninguna destreza ni suficientes lecturas en esos géneros/sub”. Y entonces lo que queda es esto: el policial desnudo, degenerado. El río purgó y sedimentó, barroso, el esqueleto del proyecto trunco. Y a su carne se la comieron los peces. Y su genética se mezcló con el combustible de las lanchas y con la basura de los malos vecinos. Recién cuando bajó el río, el texto: todo texto se revela recién cuando baja el río. Y entonces vemos lo que queda. Una trama degenerada. Pero también una tremenda pericia narrativa: hay destreza. Y hay también humor y poesía, sobra el humor y la poesía. Y sobran las referencias literarias. Dice el protagonista, parafraseando a Borges, mientras conversa con el misterioso Jack (el antagonista que trajo la marea): “la lengua es un sistema de citas”. Y si la lengua es el texto, tiene razón: hablaremos de Guy de Maupassant, de Perlongher, de Aira, de Gonzalo Rojas, de Busqued, de Joe Brainard y George Perec, de Bakunin y Houellebecq.
Y entonces pienso que tal vez no, que dije mal. Que me equivoqué. Que un libro no es como un río, sino como una pileta. Como una pileta que se llena a baldazos. Baldazos de río, eso sí. El autor todavía no inventó la máquina. La máquina bomba que drene el río para llenar su propia piscina. Y va y viene y viene y va. A llenar el balde. Y a volcarlo después. El balde, que es la lengua. El balde, que es un sistema de citas. El balde, que es un personaje o mejor dicho un detalle. Miles de baldes son un personaje. Y millones de baldes serán una novela. Y quizá alguna vez la pileta esté llena. O probablemente no, quizá no. Dicen que estas piletas nunca se llenan del todo. Como los ríos del Delta nunca llegan a secarse. Es en esa diferencia -lo que falta en la pileta, lo que sobra en el río- donde está la belleza. Y Baigorria la encontró. Llevándo baldecitos, de acá para allá, y de allá para acá.
Osvaldo Baigorria presentará el libro y conversará con Lala Toutonian este jueves 11 de noviembre a las 19hs en Eterna Social Club.
Patricio Cerminaro