#Reseña| Canto yo y la montaña baila – Irene Solà

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La voz (las voces) es el material del escritor. De algunos escritores. De los mejores. La voz (las voces) es el ritmo, pero también es el silencio y es, sobre todo, el matiz y es más que el matiz: es la forma y el cuerpo y la forma del cuerpo de algunos textos. De los mejores textos. “Canto yo y la montaña baila”, la segunda novela de Irene Solà, es un gran murmullo, y más que un gran murmullo es una conversación y más que una conversación es un salón de voces superpuestas, es, ¿por qué no decirlo? el susurro de una naturaleza viva, porque no todo texto está vivo, no todo texto habla, pero de entre los textos que realmente hablan y están vivos algunos funcionan como un monólogo, como la sangre fluyendo en una única dirección, otros son un ir y venir, una charla que nunca termina de ocurrir, sangre latente y otros, los mejores, son un caos, realmente un caos, en el que las voces parecen una y son mil, parecen mil y son solamente una: ese es el oficio del escritor. E Irene Solà tiene oficio, pero también tiene imaginación y tiene imaginación pero también tiene historias para contar, como una gran creadora (porque todo gran escritor es un gran creador y todo gran creador es un gran fabulador y todo gran fabulador es un gran mentiroso), como el agua de un río cuando fluye, que no puede más que fluir, pero eso no es del todo un escritor, porque un gran escritor hace a los ríos fluir al revés sin que nadie se pregunte porqué o, mejor dicho, sin que nadie se dé cuenta que, efectivamente, están corriendo al revés. Y en Canto yo y la montaña baila los ríos corren al revés. Y hablan. Y en Canto yo y la montaña baila, la montaña bien podría cantar para que nosotros bailemos.

Patricio Cerminaro