Naranjo en flor: la película que empuja

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Leo un texto sobre la crítica que se pregunta para qué sirve y cuáles son sus funciones. La conclusión es punzante, pero bastante cierta: la crítica no sirve para nada, no es indispensable. Y sin embargo, escribimos. Miramos películas, las comentamos, las interrogamos y dejamos que, de alguna forma, nos respondan. Con Naranjo en flor (2008), la primera película dirigida por Antonio González-Vigil, estrenada en CINE.AR TV como parte de los jueves de estreno, me hago preguntas. Algunas del orden de la imagen, ¿cómo se muestra lo que se muestra?, otras en términos generales, ¿qué hace que una película envejezca mal, como suele decirse?

Una analista (María Marull) se topa con un hombre al que asesina sin querer. Luego, conoce a un compañero de trabajo del policía muerto (Eduardo Blanco) y se enamora. Hay desencuentros, incertidumbres, escenas eróticas con tangos y músicas melódicas que acompañan. Pero las preguntas persisten porque el filme pareciera corresponderse con otra época, con otro mundo. Mientras se lleva a cabo la búsqueda del cadáver, ella continúa trabajando. Y acá es donde ocurre algo que me desencaja, algunos discursos que resuenan, que desorientan. Todas sus pacientes mujeres se preocupan por lo mismo: los hombres. Todos sus pacientes hombres se preocupan por lo mismo: las mujeres. Todxs hacen hincapié en la incomprensión que se genera cuando ocurre el encuentro con otrx, la distancia de las demandas de unxs sobre otrxs. Sin embargo, el relato esquematiza los tipos de mujeres, y los tipos de hombres. La fácil, la putita, la que se maquilla para ocultar su verdadero ser (¿cuál?) el menso, el tonto, el picaflor. Esquematismos, modos de encasillar que hacen ruido, que despiertan las alertas. Y no se trata aquí de que las narrativas sean políticamente correctas, sino que las historias hablen y muestren relaciones-otras, que coqueteen con otras maneras de vincularse.

Entiendo, por qué pedirle a una ficción algo que nunca prometió. Y es cierto. Pero sin embargo, la chispa que advierte que algo allí suena extranjero a los discursos circulantes contemporáneos está presente, encendida, deslumbrante. Me pregunto, de existir un problema, ¿dónde se encuentra? ¿Está en la selección que se hace de las películas de estreno? ¿Es un problema intrínseco a las películas, a las ficciones? ¿Qué rol tenemos lxs espectadorxs en todo esto? ¿Merxs receptores, o exigentes de otras políticas de producción, circulación y distribución? No lo sé. Desde ahí, escribo. Pero una cosa sí es cierta, que mirando y escuchando esta película, este filme que se encarga de retratar dicotómicamente las relaciones entre las personas, que sedimenta sentido, que con la narradora en voz en off se encarga de hilvanar las imágenes para que no queden espacios de apertura, llego a pensar en todo esto. Porque la ficción, aunque trastabille, o justamente porque trastabilla y genera resquemores o distancias, empuja a la reflexión y a las ansías, siempre móviles, siempre expectantes, de más, de otras, de múltiples películas que propongan otro horizonte de lo pensable, lo imaginable, lo decible. Por eso miramos películas, creo.

Francisca Pérez Lence