Una señal de interferencia i(nte)rrumpe la serie que miran, compenetradxs, cuatro amigxs. Aún desconectando el televisor, apagando la computadora, cortando la luz, la señal perdura y afuera se escuchan autos estrellarse y hombres lastimados sollozando. Los sonidos y ruidos del apocalipsis, retratado infinidad de veces en filmes, ocupan la escena.
Así se presenta el conflicto en Lava, la última película de Ayar Blasco. Débora (con la voz de Sofía Gala Castiglione), su amiga Nadia (Justina Bustos), Lázaro (Martín Piroyansky) y Aníbal (Ayar Blasco) se enfrentan a la destrucción de todo lo conocido por parte de la cultura lacrimosa. La ciudad, los paisajes cotidianos se entremezclan con los enemigos encarnados en gatos gigantes que observan desde los techos, una serpiente enorme que come todo a su paso y una bruja. El objetivo de los lacrimosos es generar el caos hipnotizando a lxs habitantes a través de los dispositivos. Los celulares, los televisores y hasta la pantalla del cine se cubren de imágenes rojas con dibujos negros, variables, en movimiento que imposibilitan los movimientos, la disposición del propio cuerpo. Así, excepto por este grupo de dibujantes, la ciudad entera queda paralizada observando los teléfonos.
El temor a la revuelta tecnológica se presenta con algunas reminiscencias a El eternauta, en este abismarse a la calle sin seguridad alguna, sin certezas, sabiendo que algo puede lastimarlxs. Todo puede modificarse de un segundo al otro. Algunx muere o es capturadx, otrxs corren para salvar sus vidas. Esas vidas avasalladas por la presencia de las pantallas y que se desdibujan completamente cuando éstas se convierten en el enemigo. Las imágenes de un martillo y cuatro celulares rotos, una pantalla de televisión agujereada, tablets a la mitad pregonan la búsqueda de una existencia al margen de los acontecimientos audiovisuales. Sin embargo, a pesar de los colectivos aplastados y los edificios incendiados, Débora y Nadia debaten acerca de conservar o no una tablet, de si es necesario destruirlo todo tan exageradamente. El mero hecho de imaginar una convivencia sin dispositivos, sin ninguno en absoluto, es abrumador y Nadia prefiere asirse a esa pequeña pantalla, por las dudas, por si acaso.
Mientras tanto, la cultura lacrimosa absorbe todo a su paso y ellxs irán descubriendo qué rol les espera en esta nueva organización social. Ellxs como dibujantes y artistas que utilizan el lápiz y el papel como soporte. La dicotomía pantalla-libro está a lo largo de toda la película, sobrevolando algunos diálogos.
Pero en medio del trajín de corridas y sobresaltos hay también lugar para las relaciones interpersonales que entre ellxs están basadas en el humor negro y por momentos, absurdo. Desengaños amorosos, novios desapegados, amigas con tensión sexual, elementos del melodrama parodiados por estos personajes de animación que se saben dentro de una película, que se nombran a sí mismxs dentro de la animación. “Bueno esta es la parte adulta, ¿no? Este es el momento ¿no? Donde se hace referencia… Donde hablamos de temas que no se hablan en otras animaciones…Eso es lo que hace a esta película tan especial, además de ser de ciencia ficción y tener una bruja gigante que nos persigue…” dice Aníbal, escondiéndose detrás de lo que queda de un muro, para condecorar una charla entre Débora y Nadia.
Y toda esta mezcla, este ir y venir entre el humor y el miedo, entre la reflexión sobre los consumos audiovisuales y los sinsentidos de las relaciones entre ellxs es posible por y desde la animación, que permite vislumbrar todos estos mundos posibles en uno, toda esta confluencia de posibilidades de existencia distintas en convivencia. Como dice Lázaro, después de caer desde una terraza, desmembrarse y seguir corriendo, “¡Aguante la animación!”
Francisca Pérez Lence