Las Furias (2020) de Tamae Garateguy: la Historia eterna

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¿Qué formas adopta el cine durante el aislamiento obligatorio? ¿Cómo suplir el entusiasmo de la entrada en mano, la fila eterna, y el asiento mullido? ¿Cómo condensar los murmullos, los comentarios secretos, los cuerpos de lxs otrxs dialogando con la pantalla grande? Frente a estos cuestionamientos e incertezas, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) decidió sostener los jueves de estreno y posibilitar el visionado de las películas a través de las plataformas Cine.ar Play y Cine.ar TV.

Y entre la marea de estrenos, el siete de mayo tomó la pantalla chica Las furias, dirigida por Tamae Garateguy y protagonizada por Guadalupe Docampo y Nicolás Golshmit. Una película que dialoga, de forma preci(o)sa, con uno de los interrogantes fundacionales, más intrínsecamente humanos: el (des)encuentro amoroso.

La historia de Leónidas y Lourdes ya fue contada. Un amor imposibilitado por su pertenencia de clase, las distancias entre una familia del universo terrateniente más retrogrado y una del universo indio, vinculada a la magia y los embrujos. Pero Las furias logra situar la historia de amor en un lugar más allá del tiempo. La temporalidad está resquebraja. Nos muestra la actualidad mientras dialoga con el pasado, con la dicotomía civilización-barbarie siempre reactualizada, siempre presente. La narración va y viene, no se ancla en una linealidad. Propone un punto de enunciación circular, echando por tierra una lectura con un comienzo-nudo-desenlace, una lectura cerrada en sí misma. Nos muestra el amor que se sostiene como respuesta a un complejo entretejido de violencias y nos muestra esa violencia en su esencia, la de ayer y la de hoy, la violencia como algo intrínseco a lo humano, permanente y doloroso, desigual. Permanencia que lleva en el rostro Leónidas, en la cicatriz que tiene desde encima de la frente hasta la mitad del cachete izquierdo. Indio marcado por las desigualdades, indio castigado por su búsqueda, por su humanidad. Un cuerpo que se nombra a sí mismo en la inequidad. Permanencia, también, que porta Lourdes, violada por el padre, que escapa del pueblo buscando una vida más vivible y habitable. Lxs protagonistas llevan las marcas, las huellas de una historia que nos atraviesa y nos precede, que debemos memoriar. Esas furias son las que pone en escena Garateguy, muy ávidamente. Las furias del pasado que se replican en nuestros presentes, las furias que empujan y motorizan al cambio, los amores que se posicionan como espacio de resistencia. La película es una exhortación a la memoria, un llamado a la no-repetición.

A su vez, el filme resquebraja los géneros tradicionales, se escapa de ellos. ¿Es un western? ¿Es un melodrama? ¿Es una tragedia? En realidad, es un movimiento. Un dinamismo entre las herramientas estilísticas del westen, las historias arquetípicas de los melodramas y los finales trágicos. Todxs terminan mal. ¿Quiénes son lxs buenxs y quiénes lxs malxs? ¿Es el fatum lo que lxs empuja a la desgracia o el libre albedrío? ¿Cuáles son las líneas de ese amor que los une y destruye?

No es la primera vez que Tamae Garateguy desestabiliza los esencialismos, las comodidades, las certezas. Ya en Mujer lobo (2013) y Hasta que me desates (2017) ponía en escena los límites humanos, las perversiones, la violencia. Lo humano allí donde se desequilibra, donde empieza a mutar en otra cosa. Y esa otra cosa, esa otra manera de contar, esa otra manera de habitar el mundo está puesta en escena en Las furias donde el dolor, el amor y la Historia se entrecruzan para motivar(nos), como espectadorxs, a la pregunta, la duda, a otra manera de relacionarnos con los alcances/potencias del cine.

Francisca Pérez Lence