Fernando Cabrera: “El paraíso nunca está perdido”

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La voz que se escucha a través de teléfono (y del otro lado del Río de La Plata) es la de Fernando Cabrera. En un mediodía de enero, Cabrera habla desde Montevideo, pero en pocos días va a estar en Buenos Aires para presentarse en Ciudad Cultural Konex. No hacen falta demasiadas preguntas para que sus respuestas se extiendan y se expandan en ideas.

¿Cuándo eras adolescente pensabas que ibas a tener a esta altura una obra tan extensa?

Dividiría mi respuesta en dos etapas. Hay una primera etapa, que abarca mi infancia, el comienzo de la adolescencia, o un poco más, la adolescencia entera, en donde yo me sentía muy cercano a la música, muy pasional, una vocación muy fuerte, pero todavía no imaginaba, en algún remoto rincón de mi mente, que iba tener una carrera profesional. Es decir, que algún día me iba a subir a un escenario o a un buen teatro o que iba a grabar discos o que, como tú ahora, me fueran a hacer una entrevista, eso no estaba en mi cabeza. A partir de cierto momento, no sé a qué edad, habrá sido a los dieciséis o diecisiete, todo ese impulso que yo traía desde la niñez, esa fuerza que vertebraba ese amor por la música, pensé que podía llegar a tener, si bien yo me lo tomaba con una extrema seriedad y dedicación, si tenía suerte, un lugar más profesional, una vida musical pública. Y a partir de ahí, yo empiezo a preocuparme más, a estudiar más, a armar distintos conjuntos y juntarme con gente, ir al conservatorio, tomar clases y empecé a componer mis primeras canciones.

¿A partir de ahí empieza la otra etapa? 

A partir de ahí empezó un segundo proceso, que tampoco yo lo dirigí mucho. Empezó a encadenarse luego de aspectos azarasos que tienen que ver con gente que te apoya, alguien que ve en voz determinados valores, entonces te recomienda tal lado, andá a golpear esa puerta o yo te voy a presentar a un productor discográfico. En fin, ahí empezó una cadena de ayuda y yo tengo que reconocer que en mi vida he tenido suerte, con apoyo de mucha gente desde mi juventud, y cuando me quise acordar estaba ya inserto en un especia semiprofesionalismo, de cosa más o menos pública, y se pasaron ya como cuarenta años. Uno no se da cuenta de las cosas. Tuve la suerte que me encontré, no sé cómo llamarlo, con una cierta capacidad o un cierto don que tuve para poder componer y he terminado componiendo una cantidad enorme de canciones muy superior a las que hubiera imaginado. Grabar tantos discos, tener tanto público, todo eso fue viniendo solo por añadidura y no ha dejado de sorprenderme hasta el día de hoy.

Vos siempre decís que tuviste una infancia y una adolescencia muy linda. Esas impresiones, esos lugares de Montevideo están en tus canciones. Son como paraísos perdidos ¿pensás que son los únicos paraísos posibles?

Es una lectura muy universalizada y que todos, de algún modo, comparten, salvo aquellos que han tenido una infancia muy traumática y problemática, que también los hay. En general la gran  mayoría de los seres humanos ubicamos a la infancia como una especie de paraíso perdido. Yo también he participado más o menos de esa idea, pero no del todo, porque me parece que la vida entera es un paraíso según como a uno le toque en suerte vivirla. El futuro también es un posible paraíso, el presente es un paraíso. Lo que tiene la infancia, que es atractiva para todos, es que se dan determinadas cosas que nunca más se vuelven a repetir en la vida, como la falta de responsabilidad al no tener vos que solucionar los problemas de la vida, porque todavía te lo solucionan tus padres. Yo tengo un recuerdo de la infancia, sobre todo de la adolescencia, más que nada los cuatro primeros años de la secundaria, de primero a cuarto, que es realmente una maravilla. Vivíamos una vida de alegría, de campamentos, de fútbol, de baile, de diversión, de humor, vivís en barra, vas a todos lados en barra, vas al estadio, a cumpleaños, estás todo el día en contacto con tus mejores amigos. Se  desarrollan amistades muy fuertes. De hecho yo hasta el día de hoy sigo en contacto con esa barra de amigos de la primaria y la secundaria. Entonces los recuerdos son  todos hermosos. No tenías que trabajar, no tenías hijos, todavía no había empezado la etapa de los estudios más fuertes, vivís una etapa de irresponsabilidad y de diversión. Te repito, el paraíso nunca está perdido y el paraíso está presente en distintos momentos de la vida: en el presente, el pasado y el futuro.

El último disco se llama Simple y  a mí me parece que tu música es compleja, hay que estar dispuesto a escucharla.

El nombre Simple refleja un deseo y una aspiración, como una utopía. Le puse Simple al disco porque desde hace muchos años tengo la inquietud de simplificar mi música, hacerla más accesible, más simple, y las letras también. Ambición frente a la cual siempre fracaso. Más allá de mi deseo, más allá de que yo grabe con una guitarra o lo que fuera, mi  música no hace más que reflejar mi interior, como la de cualquier otro compositor, cualquier otro músico del planeta. Estarás de acuerdo conmigo en que no debe existir ningún ser humano que sea simple, todos somos muy complejos, tenemos una enorme complejidad en nuestra mente, eso es inevitable porque así es el ser humano. Intento alivianar mi producto. Me queda muy claro que es un producto sobrecargado, barroco, lleno de ideas, pero es imposible, no lo puedo evitar. Yo quise hace este disco de una manera muy sencilla, tocando solo yo la guitarra y nada más y yo mismo me traicioné en el estudio con la tentación de agregar trampitas, poner otra guitarra, poner un piano en un lugar, poner una segunda voz, al final el disco termina siendo también más o menos arreglado. Al final no es ese el punto de la complejidad.  La complejidad la tiene la canción en sí misma, ya viene compleja de nacimiento, tanto sean las melodías, las letras, todo, es inevitable. Me parece que es una batalla perdida buscar simpleza en lo que yo hago. Por otra parte, en definitiva me perjudica, porque en este momento estamos en una etapa de la música que, efectivamente, se ha vuelto cada vez más simple la canción popular. En todo lo que escuchamos por allí, hay una especie de avalancha de la canción fogonera. Acá en Uruguay todo se ha vuelto así. Los que hacían música criolla, los que hacen tropical, el rock, todos están haciendo una especie de pop de fogón. Se ha dado todo vuelta mucho la canción uruguaya que era rica, vanguardista, innovadora, renovadora, con nombres tan significativos como Viglietti, Darnauchans, Galemire, Leo Masliah, Jaime Roos,  Mauricio Ubal, Ruben Olivera, Mateo, Rada. Parece que  en la canción uruguaya hubieran ganado la carrera de la estética Los Iracundos. Lo mío, más aún se encuentra en una especie de océano perdido, pero no tengo más remedio, yo lo único que puedo hacer es lo que se me ocurre, lo que me sale naturalmente, difícilmente yo haga una canción pop, lavada, de tres acordes para cantar en un fogón en Cabo Polonio, no me sale a mí eso.

¿Los silencios en tu música cómo funcionan?

Han empezado a estar más presente en los últimos años, sobre todo en mis presentaciones en vivo, también en la composición misma, yo tengo canciones en las que el acompañamiento  es una breve línea de los bajos de la guitarra y si no, como habrás escuchado, una cajita de fósforos.

Ahora regresas a Buenos Aires ¿Percibís diferencias en los públicos? 

MI punto de vista, no solo del comportamiento del público, sino de los dos países en general, es que las diferencias son muy superficiales. Evidentemente las hay, pero no son diferencias profundas, que marquen una gran distancia idiosincrática, de modos de ser de los pueblos, son adornos, es un noventa y cinco por ciento en lo que somos de parecidos o iguales. No te olvides que venimos de la misma raíz social, histórica y esas diferencias también son las diferencias propias de un país grande y un país chico que son vecinos. Hay miradas de cómo el chico mira al grande, de cómo el grande mira al chico, no pasa de ahí. Vos venís al Uruguay a menudo. En Argentina hay viviendo una enorme cantidad de uruguayos, una cifra cercana al  diez por ciento de nuestra población, hay como 400.000 uruguayos viviendo, radicados durante décadas. Preguntale a esos uruguayos, conocerás algunos, cómo son tratados, cómo fueron recibidos, cómo es su vida allá, si extrañan tanto o si encuentran cosas que son muy diferentes. La respuesta va a ser que no, que viven como si estuvieran en su casa.   

Fernando Cabrera se presentará en Ciudad Cultural Konex el domingo 22 de enero a las 20hs.

Guillermo Cerminaro

Ph: Ana Gilardone