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Emilia y el desamor

“A una considerable distancia vemos una esquina de noche, luego micros que llegan y una chica que baja. En la vereda del frente, la cámara la espera como si fuera un integrante más de ese pueblo patagónico.” Me gusta esta descripción de Guillermo Colantonio para referirse al comienzo de Emilia, film dirigido por César Sodero y disponible en la sección “Competencia Latinoamericana” del Festival Internacional de Cine LGBTIQ+ Asterisco. Porque lo que sucede es exactamente eso: la cámara la espera como un personaje más, como una amiga o una confidente. La primera impresión que tenemos de Emilia (Sofía Palomino) es a la distancia, charlando con un hombre que conoció en el micro. Emilia estará a la distancia a lo largo de toda la película, aunque la cámara la acompañe casi en todo momento, no logrará dilucidar qué siente, piensa o desea. Salvo por unos incesantes llamados a Ana, la que parece ser su expareja, que funcionan como una constante en su deseo, en su interés, Emilia es escurridiza y hace cosas por hacer, por el simple hecho de estar en movimiento.

Lo interesante es cómo todo se desarrolla sin demasiada importancia. Desde el desamor, la vida pareciera perder profundidad y su capacidad de empujar, mover, atravesar. Emilia se acuesta con un compañero de trabajo y llama a Ana, se besa con el marido de su amiga y llama a Ana. “Ana, ¿estás?” Este personaje que sólo aparece por el pronunciamiento de su nombre se lleva toda la energía, toda la atención de Emilia. El resto es nada comparado con el amor que ha dejado atrás, son sólo acontecimientos que se van sucediendo mientras Emilia fuma, cena, duerme, camina. Cualquier espacio la alberga cómodamente porque ella no está ocupada en atravesarlos sino simplemente en pasar por ellos, sin dejar huella o alguna estela. Todo es irrelevante cuando se ha perdido, cuando se ha abandonado un amor y Emilia es la encarnación de esa parsimonia que queda después de romper, de esa lentitud en el cuerpo que no se exalta ni excita con otras cosas. Hasta que aparece una alumna del colegio en el que da clase, pedante y altanera, más chica, que de algún modo la enciende, le redirecciona la mirada. Y aquí también la cámara apaña sin juzgar las decisiones que toma Emilia porque quién no ha llamado por teléfono a la madrugada esperando consolidar una conversación pendiente, quién no se ha estancado en discusiones sin sentido con su madre cuando lo que está sucediendo es otra cosa, quién no se ha arrepentido de lo automática que se pone la existencia cuando todo confluye en una persona que ya no está. Emilia es la espera, la paciencia y las cosas que se hacen para estar un poco mejor mientras pasa el tiempo.

Francisca Pérez Lence