Cuando se publican páginas desconocidas de un escritor se produce un hecho de justicia literaria.
Si lo que se publica lo escribió Mario Levrero es más que eso. Es agregar otra pieza a una obra, porque los grandes escritores lo que hacen es eso: construir una obra.
Inevitables resultan, en ese sentido, los paralelismos con el chileno Roberto Bolaño.
Recientemente se han publicado Cartas a la princesa, que reúne las cartas que le envió a Aliccia Hoppe, por entonces su médica, luego su futura mujer y hoy albacea de su obra
Luego de su muerte en 2004, el universo Levrero no paró de ampliar sus límites. Un año después publicó su libro de mayor trascendencia, La novela luminosa. Solo Levrero puede escribir un libro de características similares, que cuenta con un prólogo de 400 páginas contando su vida cotidiana. Si lo hubiera escrito otro, poco importaría. Como siempre lo que vale es la forma de contar historias.
El crítico Uruguayo Pablo Silva Olazábal dice : “En general la crítica concuerda en que existen tres fases en la narrativa de Levrero, idea que también él suscribía. Hay un Levrero inicial, “arquetípico” y universal, de climas asfixiantes y kafkianos y que incluye la trilogía involuntaria y el libro de cuentos La Máquina de Pensar en Gladys; luego una segunda zona, la del “subconsciente”, más personal, de mayor experimentación, más humorística y gozosa que, sin ser exhaustivos, va desde los microtextos de Caza de Conejos (que contienen su prosa más elaborada), el Nick Carter, Todo el tiempo, las nouvelles Fauna y Desplazamientos, hasta el libro de cuentos El portero y el otro. Allí aparece una inflexión que da entrada a una tercera etapa: el cuento Diario de un canalla. Esta sería la zona más “consciente” y autobiográfica, donde el narrador protagonista es el mismo Levrero (o alguien muy parecido a él) y en el que el relato arranca a partir de algo que ve a su alrededor. Esta última incluye el policial Dejen todo en mis manos, El discurso vacío, El alma de Gardel, Los carros de fuego, La Novela Luminosa y Burdeos, 1972”.
Levrero nunca se dedicó a la autopromoción. El tiempo fue acomodando todo y hoy es un autor de reconocimiento internacional. Todo indica que su obra, como el universo, seguirá expandiéndose.
Guillermo Cerminaro