El encanto: el amor por los estereotipos

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El encanto, dirigida por Juan Pablo Sasiaín y Ezequiel Tronconi, presenta la relación de pareja entre Juliana (Mónica Antonópulos) y Bruno (Ezequiel Tronconi) quienes, luego de muchos años en pareja, debaten en torno a la posibilidad de tener hijxs. El filme retrata a Bruno asustado y alejado de la idea de la paternidad como horizonte en su vida y es Juliana quien parece desearlo desde hace ya algún tiempo.

En una de las primeras escenas, luego de haberse besado y acariciado entre sábanas blancas y risas y una tenue luz que muestra las pieles blancas y rosadas, la pareja asiste al primer desencuentro, al primer quiebre: Bruno le cuestiona si dejó de tomar las pastillas anticonceptivas, pregunta que genera un alejamiento por parte de Juliana, quien se siente acusada de ocultar dicha decisión. A partir de ese momento, el conflicto comienza a desarrollarse en vínculo con todos los arquetipos de género que se pregonan en los filmes más convencionales. Por ejemplo, las mujeres que aparecen en pantalla, que son pocas, lo hacen en relación a la mirada masculina de este protagonista atormentado por la posibilidad de tener hijxs.

En primer lugar, Lara (Yamila Saud), trabajadora de la vinoteca que administra Bruno se muestra, desde su aparición, enamorada de él, mirándolo amorosamente mientras le habla de la redecoración de la vidriera del local. Mientras ella entrega un vino a un cliente, recibe comentarios galantes y el acercamiento “qué bien me haría tener una mujer así”, frase que culmina la escena con risas entre los tres y miradas cómplices. En segundo lugar, Bruno y un amigo hacen deporte en un parque y se acercan a unas mujeres, sentándose con ellas, también con intenciones de coqueteo. En tercer lugar, en una cafetería él observa a una mujer que lee y toma una bebida. Acompaña esta imagen una música lenta, de encandilamiento, un uso de la cámara que sostiene la imagen en los gestos de la mujer, en su manera de agarrar las cosas, de mirar. Pareciera que por el temor o la indecisión respecto a la paternidad propuesta, entre líneas, por Juliana, él debe concentrarse en otras mujeres que lo rodean. Giro narrativo harto conocido.

En este punto, no denunciamos el coqueteo y los acercamientos físicos, la posibilidad de conocer a alguien en un parque o en un bar, sino la sedimentación de estas representaciones y la propuesta de arquetipos de género que para nada subvierten los imaginarios en torno a la maternidad como horizonte de expectativas de las mujeres y la paternidad como entorno monstruoso para los hombres. Las vidas que llevan adelante estos personajes están en fuerte vinculación con estos binarismos que poco potencian interrogantes acerca de la maternidad/paternidad.

El filme tiene su clímax cuando Bruno y Lara se acuestan en un cumpleaños. La infidelidad, en términos de mentira y ruptura de un pacto monogámico que está dado por sentado entre él y Juliana, es el punto de conflicto máximo de la película. Hacia el final, luego de enojos, llantos y la invasión de Bruno en el trabajo de Juliana para recuperarla, se reencuentran en la casa, toman café, él compró un juguete para bebés que hace que la situación comience a ser cotidiana, amena. La última escena, en un juego circular, es la misma de ellxs besándose y acariciándose entre sábanas blancas y sus cuerpos rozagantes.

A pesar de la poca osadía (casi diría costumbrismo) que presenta la película en términos narrativos, el tratamiento de la imagen es, por menos, distinto. La cámara se escabulle por entre los marcos de la puerta para mostrarnos a la pareja en situaciones de intimidad, Bruno presenta a través de reflejos una gran mayoría de veces, en la vidriera del local, el frente del auto, el espejo de la casa de su padre. Decisiones de cámara que pueden darnos a entender, a lxs espectadorxs, esta imposibilidad de sumergirnos de lleno en la subjetividad de Bruno, estos límites que él impone frente a lxs otrxs. Sin embargo, en estos mismos términos, el filme vuelve a caer en decisiones estilísticas poco propositivas para la mostración de los cuerpos femeninos. En la escena que nombramos anteriormente, donde él y Lara están a punto de acostarse, una larga cámara fija nos muestra cómo ella se quita la remera de espaldas y se da vuelta con el torso desnudo, mientras él la observa parado, completamente vestido. Pareciera que la mirada de Bruno está replicada en la cámara, por ende, ¿Qué espectadorx se está concibiendo con esta propuesta? ¿Uno masculino? ¿A quién se le muestra ese cuerpo y por qué se lo muestra de esa manera? ¿Qué nos propone, qué sedimenta El encanto? ¿El encanto de quiénes?

Francisca Pérez Lence