Como hermanas

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Tengo varias fotografías con mis amigas, pero hay una en particular que me con-mueve. M. se apoya en mi pecho mientras N. reposa las manos en sus brazos, y yo acerco mis cachetes a los suyos mientras sostengo a quien se apoya en mí. Si soplara un viento fuerte, seguro tropezaríamos las tres juntas, porque nuestros cuerpos están en suspensión, uno sobre el otro. O, por lo menos, esa es la sensación que se desprende de mi evocación. Por alguna razón no quiero volver a ver la fotografía, quiero recordarla. Con su recuerdo, con el pequeño armado de la foto, convive la sensación de sostén y cariño que desprende ese momento. La fotografía empieza a ser el sentimiento que la rodea. Estamos en una de las últimas movilizaciones por el aborto legal del año 2020, antes de la peste. Esa misma noche, dormimos juntas, con las remeras prestadas, las almohadas desparramadas por el piso de colchones y sábanas con dibujitos. Nos hicimos té, charlamos hasta desearnos buenas noches. 

                                                                             

Pareciera circular, cada vez con mayor furor, un pedido de representación en la pantalla. Hay un cupo que completar con las distintas minorías para que una ficción sea aceptable para lxs espectadorxs. Por momentos, (y no digo aquí siempre) esta exhortación me resulta desacertada. Lo que vemos no cobra el carácter de la transgresión por ponernos en pantalla. Una ficción con una pareja cuir como protagonista puede ser igual de conservadora que la comedia romántica de las tres de la tarde. Los corrimientos, las desestabilizaciones, los desequilibrios muchas veces (y no digo aquí todas) suelen encontrarse en ficciones con bajas pretensiones. En películas que no tienen la banda de científicamente comprobado para el test del momento. Ficciones que resquebrajan algo que, quizás, ni podemos nombrar, pero que proponen una manera distinta (y no digo aquí nueva) de mirar, de sentir, de experimentar la película. Una manera que nos puede resultar dificultoso asir. 

Algo de todo esto charlamos esa noche con mis amigas comiendo algo dulce. En la casa de N. siempre hay algo casero, hecho en familia. La casa de N. tiene olor a abuelas. Recuerdo haberlas filmado con mi celular. M. charla mientras mastica, tiene una musculosa negra y el pelo largo, siempre lacio y prolijo. N. está al lado, con un pañuelo o una vincha, y la mira asintiendo. Yo estoy en frente, intentando conservar los movimientos de las manos. Escribo eso y, como un fogonazo, se me aparece la imagen de los dedos de N. alrededor de la taza. N. mira a M. con la taza cerca de la boca, a punto de beber. Y así, asiente. Y yo, entonces, estoy del otro lado intentando conservar algo de esa ternura en el ambiente, que nos cubre, algo de ese cansancio. Es tarde pero no sé la hora, no la filmo, el video dura apenas un minuto, quizás un poco menos, pero las contiene en la intimidad. Se dan cuenta que están siendo grabadas (y no digo aquí filmadas), se ríen, pausan la conversación y yo les digo, también riendo, que están hermosas. Esa es toda mi justificación. Por sus gestos, parece que alcanza. 

                                                                             

Puedo deducir que mi búsqueda para ver y sentir algo parecido en las películas data de ese instante, aunque quizás fue más como un burbujeo a cocción lenta que estalló ahí, con mis amigas conversando en voz baja, desbordando mi sensibilidad al punto tal de atesorarlas para verlas después. He regresado a ese video muchas veces. En este momento no lo reviso, lo invoco. 

El tiempo pasa y olvido esas ansias, esa búsqueda. Hasta que un día otra amiga, F., me recomienda Como hermanas dirigida por Camila Adaro Liloff, estrenada en el año 2019. Es de madrugada, hace frío en mi cuarto iluminado por una lámpara verde, y decido verla: Un primer plano de una chica que hace la mímica de una canción que está escuchando por auriculares, otro primer plano de otra muchacha depilándose, otra que lee a Erich Fromm en El arte de amar, otra al lado. Juli, Kiki, Cata y Lu. Son cuatro amigas que están de vacaciones, en malla, hace calor y están en silencio. Un silencio apacible, un silencio contenedor. 

Toda la película tiene la tranquilidad de esta escena de presentación. Es una película que despierta los sentidos, extremadamente sensorial. Proliferan las tomas con tiempos extendidos, los tiempos de lo cotidiano, por ende, de lo insignificante. David Oubiña dice que existen las imágenes al borde del cine. Creo que acá lo encontramos en lo constitutivo de las vidas íntimas con otrxs. La cámara está allí para conservar los pequeños gestos del amor: cortar fruta para otra, preparar el desayuno, hacer mate para compartir, acomodar el corpiño de una amiga. La película está en una detención vacacional, los instantes no son los del tumulto citadino ni los de la preocupación. Es un tiempo de placer, de charlas, de sonidos de pájaros, de árboles frondosos con cielos azules profundos. El tiempo del ocio. La cámara recopila fragmentos de los cuerpos de las cuatro amigas, las panzas, las espaldas, las piernas. Las va recorriendo como acariciándolas. 

Es otra amiga, L., quien me hace notar: la escena en la que duermen juntas, desnudas, unas apoyadas sobre las otras, está cargada de erotismo y delicadeza, de una mirada particular posada sobre ese momento único e irrepetible. Entramos al cuarto sin querer despertarlas. La cámara las retrata en ese abrazo caluroso. En contraposición, una cámara desentendida, como de pasada, muestra el trío que hace Cata con dos chicos. Lxs vemos desde el umbral de la puerta, con el único acompañamiento sonoro de la cama rechinando despacio. Es casi insulso el tratamiento de la imagen en ese momento. Y a las dos, a L. y a mí, nos pareció notable esa decisión estética de ponderar el protagonismo de las amistades por sobre todo lo demás. 

Aquí las protagonistas son cuatro, y las cuatro tejen una misma relación. Quiero decir, muchas veces circulan discursos ficcionales que ponderan la monogamia en la amistad. Esto lo puedo decir con esas palabras porque leí el ensayo de Agustina Ramos y Laila Massaldi en la revista Somos Beba, donde se explayan al respecto de las jerarquías que sostenemos en todos los vínculos y ponen como ejemplo la película del año 2013 Frances Ha. Pero en Como hermanas esa lógica de dos se subvierte. Y ese no es el único corrimiento del filme, sino que aquí se deja de lado la preponderancia de la historia. En este filme, no hay realmente un conflicto, no hay un nudo, no hay una tensión. Pero eso no es lo mismo que decir que no pasa nada, porque pasan un montón de cosas. Entre ellas, el carácter preponderantemente táctil de la imagen. Esos primeros planos de los cuerpos en el espacio, en la cama, en el sol, corriendo, desvistiéndose. Esa comodidad, ese deslizamiento calmo por la habitación que atraviesa nuestro propio cuerpo como espectadorxs. 

Siempre llamaron mi atención los gestos que pueden retratarse en una fotografía o, en este caso, en una película. Los dedos de una amiga apoyados en mi hombro con confianza, con certeza, con determinación. Mis piernas encima de las de otra, nuestras caras pegoteadas. Algo allí se enciende, deslumbra. No puedo denominarlo, y un poco agradezco que quede en lo innombrable, quedar despalabrada frente al perfume que emanan las imágenes, ese halo que cubre los cuerpos cómodos con otros cuerpos. Las amigas cómodas con otras amigas. Esta película detallando el amor que tanto anhelé ver y sentir en la ficción. Este texto como un agradecimiento, y como una breve carta de amor. 

Francisca Pérez Lence