El problema no son los temas vernáculos, sino la lengua para nombrarlos: del mismo modo que el futuro no es un problema, si está ahí, ¿no lo ves?, o el deseo, o el Dios, aquel: el problema es nombrarlo, y si alguien de pura casualidad llega a nombrarlo: oírlo; y después: entenderlo. Todo va demasiado rápido, ¿no escuchás el aleteo? si el pulso del fin del mundo, corra a la velocidad que corra, por el torrente sanguíneo, porta la infección que siempre portó (¿no la sentís, vos, también?), que arrastra, como una lengua nueva arrastra el sentido que la precede, como un deshielo, todo: el problema no es la marea (nombremos a la marea Michel Nieva) sino lo que queda después. Y si la marea es distancia y perspectiva y territorio y velocidad y proporción, el problema (pongamos, del fin del mundo) siempre es del que ve, desde el edificio blindado, o desde la correntada, la correntada, el arrastre: ¿qué culpa tiene el niño dengue, Michel Nieva, la Pampatronics, de todo esto? En todo caso, una virtud: ni lo vernáculo, ni la lengua para nombrarlo, sino la apropiación, el choreo, desde adentro (Nieva es investigador doctoral y docente en la Universidad de Nueva York) de la estética del apocalipsis, que salvo contados contadísimos casos, siempre fue de ellos, y no nuestra, y que acá (no acá, sino ahí, el texto, que es un acá levemente distinto), y a la manera de nuestra tradición, prolifera en casas barriobajeras, en colonias de vacaciones, en el sótano, apenas más ancho de la escalera, que tiene mucho de pozo, del mundo, todo. Y la velocidad de las cosas, que el lector vernáculo (pero a esta altura qué es lo vernáculo) celebra, hasta que ya no puede tolerarlo: la virtud de Nieva es llevar el texto (ritmo, imágenes, adjetivación (a veces: demasiada), artificio del caos) al límite: ese es el escenario (nombremos, ahora, al escenario: La infancia del mundo, Anagrama, 2023, 162p) tal y como lo produce Nieva, es decir la marea, ¿no?, al límite, ¿no?
Ahora algunas palabras clave que se leen en todos lados, solo por cumplir con lo que se espera de mí (hablando de mi: una forma de leer el apocalipsis es buscar el lugar del yo: ¿dónde está Nieva, entre tanta marea?): Philip K. Dick, gaucho-punk, Cronenberg, ciencia ficción. Pero: ¿por qué nadie habla de los Simpson? Guiño guiño. Si acá está condensada toda una generación que comenzó, ¿cuándo? Digamos: con la conquista del desierto. O: con el lanzamiento de Mortal Kombat (1992). O: la primera vez que alguien pronunció la palabra “robot”. O con el caldo primitivo, todavía por suceder.
Dice la contratapa que dijo Fernando Bogado en Página/12 que Michel Nieva (Buenos Aires, 1988) no es el mejor escritor de su generación, sino el único. Con su perdón, quizá sea todo lo contrario: Nieva, como la marea, está en todos lados.
Patricio Cerminaro
Michel Nieva y Rafael Spregelburd presentan “La infancia del mundo” el miércoles 15 de marzo a las 18:30hs en Libros del Pasaje, Thames 1762