Sin dudas uno de los acontecimientos más esperados del 2019 es la última temporada de Game of Thrones. El estreno está previsto para Abril y serán apenas seis capítulos para decidir quién se queda con el Trono.
La primera pregunta que surge es si es justificada la ansiedad de los fanáticos para ver cuál será el desenlace. Si talvez habrá un final feliz en el que Daenerys y Jon sean los reyes del universo o si talvez Daenerys mata a Jon, si talvez Sansa aprovecha el revuelo y gana de atropellada, si talvez Gendry da el batacazo, si talvez queda como rey el hijo de Daenerys y Jon: en el tono de ese condicional se manejan las especulaciones a futuro.
Pero, ¿es eso lo importante? O quizá haya que distenderse y transitar el cómo. Valorar una historia compleja pero consistente con un gran presupuesto puesto al servicio de cada detalle, la forma en que la serie está filmada, los escenarios naturales, algunas actuaciones sobresalientes, la creación de un mundo nuevo y fantástico.
Esta ansiedad desmedida por el final parece ser un mal de estos tiempos en el que se han perdido las bondades que tanta satisfacción dio el cine en cuanto a historias, belleza de imágenes y riqueza de personajes.
Nadie debería dejar de ver una película o una serie porque sabe cuál va a ser el final, como nadie deja de ir a ver Hamlet porque se sabe cómo termina. No hay tantos finales posibles: sí hay infinitos caminos para llegar a él.
Quizá como espectadores sea tiempo de disfrutar el camino, el mismo que los personajes tanto sufren ante un mundo adverso, peligroso y oscuro. Ellos tampoco saben cómo terminará, pero, a diferencia de nosotros, tienen altas probabilidades de dejar la vida en el intento.