Walter Lezcano: “El lugar común se presenta como el mayor enemigo”

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Walter Lezcano es escritor, periodista y docente. Escribe, escribe mucho y bien. 

Recientemente presentó en La Coop Librería su libro La lucha armada, editado por Santos Locos, que reúne cuatro libros con sus poemas.

Actualmente está trabando en una especie de biografía de Rosario Bléfari y terminado de corregir dos libros de poesía que salen el año que viene, La Conquista del desierto y Patear el suicidio hacia adelante. Y por si fuera poco, está abocado a la última corrección de un libro acerca de Roberto Bolaño y la literatura argentina, que se llama Los puentes salvajes.  

Con él reflexionamos de literatura. 

Cómo escritor te encontrás con el lugar común ¿cómo lidias con eso?

El lugar común se presenta como el mayor enemigo. Cuando uno se pone a escribir hay un primer momento en el que todo es descubrimiento, exploración, aventura y uno está vinculándose con el uso del lenguaje, la apropiación de la lengua y como decía Saer, “ablandar la mano”. Después, con el tiempo la relación con la escritura empieza a profundizarse en complejidad y una de las mayores complejidades que aparece justamente es la visibilidad del lugar común. Es saber reconocerlo, intentar destruirlo, intentar algún tipo de combate contra eso. 

Hay varias cosas que se pueden hacer para  descubrir cuando aparece. Una tiene que ver con algo de base que es la lectura, una lectura omnívora si querés, una lectura constante, una lectura cotidiana y también una lectura placentera, pero también tratando de entender cómo están hechos los textos. Una segundo cuestión, me parece, ya está más en relación con el mundo donde uno ve los discursos que están dando vueltas, históricos, si se quiere, de la sociedad, de nuestro barrio o en nuestra aldea. Esa fresa de “pinta tu aldea y pintarás el mundo” yo creo que se puede llevar adelante en la medida que uno pueda entender que los  discursos que están dando vueltas y están cristalizados en la sociedad se tienen que resignificar en el material literario. No pueden pasar por un tubo tal cual están dando vuelta. Entonces, ahí ya tenemos una segunda cosa para ver cuáles son los lugares comunes de nuestro tiempo, nuestra época y de nuestra tierra. Después la tercer cosa, que me parece también súper atractiva, es generar o tratar de generar una erótica con la lengua, es ponerla en una zona de tensión, quitarle ese valor de comunicación que tiene en la sociedad para que pueda transmitir otra cosas distintas cuando uno la pone a jugar en la literatura, para que la vida se ponga un poco más intensa, que haya una amplificación del campo de batalla.

¿El lugar común tiene más que ver con la forma que con los temas en sí, que son limitados?

Es como una mezcla de esas cosas. La cuestión de la limitación de los temas que te interesan es bastante habitual en cualquier persona. Las zonas de interés que tenemos no son, en general, tan extensas o, si son muy variadas, es casi siempre el mismo interés. Lo que decías de la forma es bastante certero, porque si bien muchos transitamos los mismos lugares, creo que el  trabajo del escritor es ver donde está esa posible zona que está muy poco vista, que está pasando por el costado, que está por detrás de los radares de la información. Ahí creo que la literatura viene a ocupar una zona atractiva de la vida. En mi caso nunca se trata de contar historias, ni informar o de hacer un uso comunicacional de la lengua. Siempre se trata de darle treinta vueltas carnero a ver si podemos pensar distinto. Es un poco el trabajo que hay que hacer, qué zona de la vida todavía no está tan colonizada y decirla o transmitirla de un modo que te patee la frente.

¿Cómo son tus tiempos con tus textos?

En relación a la utilización del tiempo a mi lleva como muchos  años pensar los textos, lo que pasa que como hace muchos años que vengo pensando en algún momento van decantando y pueden llegar al papel y quizás, como los tiempos editoriales yo no lo manejo, a veces salen algunos textos a la vez. Tienen un proceso lento. Hay algo, que no sé si es buena o malo noticia, que es que no hay atajos en esto, no hay cursos que nos hagan acelerar el tiempo. Es como la lectura: todavía seguimos leyendo igual que Aristóteles, es increíble, me parece que es pensar qué aprovechamiento del tiempo hace uno.

¿Todo lo que escribís está en vos desde hace tiempo entonces? 

De los pocos temas que te interesan a veces, hay que ver qué profundidad tiene uno con esos temas. Los poquitos que me interesan los vengo ampliando en posibilidad desde hace mucho tiempo, eso hace que los pueda ir elaborando adentro mío. Deleuze decía que el trabajo del filósofo no era disertar sobre algo o buscar la verdad, y toda esa zaraza. Él decía que el filósofo crea conceptos. A mí me da la  sensación que uno puede trasladar a la literatura esa idea de Deleuze, que quizá el mayor trabajo de alguien que escribe es tratar de ver de qué forma puede generar nuevos dispositivos de lectura de aquellos temas le interesan, que lo atraviesan, lo seducen. Lo pone en una zona atractiva de la vida y que pueda generar algún interés, eso es una ilusión igual. En mi caso, ningún tema es generado en el momento, casi siempre es la decantación después de mucho tiempo de pensarlo. Esa es otra evaluación acerca de si vale la pena o no. Si yo puedo convivir con una idea por más de una año, ya creo que vale  la pena escribirla. Si esa idea se abandona, vos la abandonás y seguís con otras cosas, porque es muy compleja la vida en el planeta tierra como para que uno se aferre a una idea. Para mí es una bueno ver si eso tiene algún sentido o no, si me acompaña durante un tiempo y como decía Pizarnik, puedo  “encontrar las palabras de este mundo para poder exponerlas”.

Guillermo Cerminaro