Tengo miedo torero: bordando vida

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Pedro Lemebel escribe en el año 2001 su primera y única novela. Rodrigo Sepúlveda dirige Tengo miedo torero en el año 2020. Y como suele ocurrir cuando la literatura es llevada al cine, se han despertado exigencias, reclamos, despechos por el pretendido respeto al texto literario, como si el cine no fuera un constructor/productor de sentidos en sí mismo, sin la necesidad de sostenerse/apoyarse en un texto base.

Aquí, la literatura es invitada al cine. Y hablo de invitación porque lo que ocurre entre la novela y la película es un contacto, un roce en los detalles, en algunas imágenes y palabras. La literatura está allí disponible para el enchastre, la mezcla, algún que otro raspón, porque el filme construye otra historia que se acerca y se distancia, en ese juego del ir y venir, de la historia escrita por Pedro Lemebel. El foco está puesto en el vínculo romántico-erótico que entablan La Loca del Frente (Alfredo Castro) y Carlos (Leonardo Ortizgris) y cómo la relación está atravesada, empapada por el contexto sociopolítico de la dictadura de Pinochet. Es cierto, en la novela está presentado el relato de la cotidianidad del Dictador y su esposa Lucía Hiriart, a través de un montaje paralelo que vincula ambas relaciones, las mezcla en una misma temporalidad. Por momentos, es la novela la que parece un filme. Por eso, la decisión de utilizar como catapulta el libro no es sencilla porque requiere abrir y desgajar las imágenes que cada lectorx ya se ha creado y con las que llega, demandante, a la pantalla.

En este caso, la cámara se encarga de retratar a estxs protagonistas de una manera íntima, a través de sus gestos. El desgaste, la fatiga, el cansancio de La Loca del Frente está condensado en los planos generales que la muestran levantando unos tacones brillantes, barriendo la casa polvorienta, acostándose vestida en una cama pequeña. La vinculación entre ese cuerpo y el espacio es uno de los ejes para presentar al personaje en toda su extensión. Por un lado, su hogar, donde se mueve cómoda, al compás de boleros que suenan en la radio y por el otro, todos los espacios ajenos, extraños/externos que la expulsan, la tensan. El filme comienza con una fiesta que a los pocos minutos es interrumpida por las fuerzas de seguridad. Los brillantes de la ropa, los labios pintados, el jolgorio, la música se cortan, se topan con la rigidez del uniforme, con los gritos y las órdenes. La Loca del Frente corre, agotada ya desde el comienzo de la película. Ese agotamiento desaparece, se hace añicos cada vez que está con Carlos, quien la protege de la razzia de la policía esa misma noche. Lo erótico, el secreto, el murmullo está desde el comienzo, cuando él la cubre con su cuerpo pegadxs a una pared para que nadie lxs vea, y hablan bajito para que no lxs descubran. Una relación murmurante, al oído.

Se juega, así, un tira y afloje entre lo amoroso y lo urgente, entre la fiesta y la represión. El filme pone en tensión las aristas que componen una dictadura militar, contiene tanto los momentos de quiebre y disfrute (que suelen ser breves y esporádicos) con los momentos de alarma. La Loca del Frente construye momentos que son una bocanada de aire, una respiración que va pausándose, tranquilizándose, y lo hace delicada y pacientemente, como si estuviera bordando un mantel o alguna otra cosita. Ella consigue tejer afectos, persistir en los amores mientras camina por la calle rodeada de familiares de desaparecidxs, mientras participa de una movilización. Esos afectos son los que la acompañan y la cuidan, como las amigas que quedan después del asesinato de otra amiga. Su insistencia por lo que queda de vida aún en esa vida atroz, repleta y rodeada de muerte, la lleva a ponerse sombreros y cantar canciones, a apostar por lo que queda de este lado. Ella da paso a esos huecos, agujeros, rasgaduras por donde inmiscuirse de alguna manera para seguir soportando la opresión del clima político asfixiante. Y Carlos trastabilla, mostrándose tierno sólo por momentos.

El filme reúne sonidos, imágenes y sensaciones de una atmósfera conflictiva, descolocada. ¿Qué puntos de anclaje existen, o pueden existir, cuando las desapariciones y la tortura son el orden imperante? ¿Qué hay de posible en ese contexto? Una casa en las afueras con tres amigas que te esperan, una orilla de mar que se traga los bordados y los malos recuerdos, algún bolero que susurre los miedos que se sienten. Tengo miedo, torero cuando se abre tu capote / Tengo miedo, torero / De que el borde de la tarde, el temido grito flote / Pero cuando torero / Jugueteas con la muerte yo me olvido de mi miedo / Y en ti creo torero

Francisca Pérez Lence