#Reseña| Casas Vacías – Brenda Navarro

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Doce años después de su primera contratapa en el diario Página/12, Juan Forn publicó por primera vez un poema. Un poema carta, un poema flecha, un poema teledirigido: un rezo a Wislawa Szymborska. Uno de los pasajes más memorables dice así:

Eras de la opinión que

en nuestra época se hablaba demasiado

así que diste el discurso más corto 

de toda la historia del Nobel 

que empezaba así: 

En un discurso lo más difícil es la primera 

frase.

Así que ya la he dejado atrás

y contraviniendo el protocolo 

saludaste al público

antes que al rey y a la reina

y después saliste a fumar

y cuando el rey te ofreció

un chicle de nicotina le dijiste:

Dudo que sean tan benéficos como el cigarrillo 

para la literatura,

ah, Wislawa, 

Mariusha.

Casas Vacías, la primera novela de la escritora mexicana Brenda Navarro, antecede sus capítulos con fragmentos de poemas de la escritora Polaca. Como si rociara su texto con agua bendita. Riega las palabras semillas con fertilizante poético y da resultado. Ya desde el vamos, impacto: “Daniel desapareció tres meses, dos días, ocho horas después de su cumpleaños”. Desde ahí, desde esas palabras precisas, todo crece en un terreno brotado de pasiones, brotado de fragancias, sensual y doloroso, pincha, todo pincha, pincha como el cactus de la portada y fecunda como una semilla bien regada por el agua bendita de la crudeza (¿qué hay más estimulante para un relato?).

En un texto péndulo entre dos puntos de vista, las protagonistas de la historia -afectadas, contradictorias, sobrevivientes- serán dos polos de una tensión, de una obsesión, que más que saber dónde está Daniel es saber dónde está la vida, su vida, su maternidad, su individualidad, su capacidad para desear, para crear sus propios deseos, cómo se construye la sinceridad, cómo se construye un vínculo, y cómo se destruye y, sobre todo, cómo se reconstruye eso que ya está derrumbado, ¿cómo se ponen uno arriba del otro los ladrillos de un edificio que colapsó?

Con ritmo impecable y gran sensibilidad poética, Navarro discurre por las cuestiones centrales de una actualidad ineludible al tiempo en que narra, con destreza, escenas de vidas turbulentas. Vidas que se producen al ritmo de una rutina: la rutina, mal ineludible de cualquier historia perversa o fantástica. Porque el texto empieza, dadas sus reglas del juego, incluso antes. Antes de que sepamos que Daniel se perdió un día exacto en un momento exacto. Comienza, claro, con una cita de Szymborska: “ocurre que estoy sentada bajo un árbol / a la orilla del río / en una mañana soleada / en un suceso banal / que no pasará a la historia”. Porque de eso están hechas las casas vacías. De eso están hechos los textos, de eso hablaba también Forn: del efecto narcótico de las palabras que, como una rutina, construyen la ficción en su ingobernable devenir.

Patricio Cerminaro