Pablo Silva Olazábal: “Se podría decir que la pandemia frenó la literatura y que la pospandemia la impulsó hacia delante”

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Borges en su poema Montevideo habla de una “Ciudad que se oye como un verso”. Eduardo Galeano solía decir que en Uruguay “los perros todavía ladran sentados”. Claro que han pasado los años y Montevideo no es la de Borges y ni siquiera la de Galeano. Sin embargo esa atmósfera de tranquilidad invita a la reflexión sin tanto frenesí. Eso se aprecia en las palabras pensadas, justas y profundas de Pablo Silva Olazábal, el periodista y escritor uruguayo.

Hace poco publicaste tu último libro “Un lagarto se desprende la cola”. Contamos cómo se gestó.

“Un lagarto se desprende la cola” es una novela que fui haciendo como las otras, casi sin darme cuenta. Yo soy básicamente un cuentista que cuando escribe novelas siempre (o casi siempre) lo hace a partir de cuentos. Tanto “Pensión de animales” como “El run run de las cosas” pueden ser leídos como ”relatos encadenados” a través de la voz de un personaje que narra hechos aparentemente dispares: en Pensión de animales el vínculo que los une es habitar el mismo edificio en el mismo momento, en El run run de las cosas el nexo es el sueño: se trata de historias soñadas por el escritor protagonista (en realidad son sueños míos con otros escritores, que tuve a lo largo de dieciséis años). Por último en el caso de “Un lagarto se desprende la cola” se trata de recuerdos de la infancia hilvanados por otro viejo escritor, que es amigo del autor (ficticio) de El run run de las cosas.

Inicialmente iba a ser un libro de cuentos conceptual: historias protagonizadas por niños y adolescentes en un pueblo a la hora de la siesta; cuando di con el nexo se resolvió todo muy rápidamente y la novela se transformó en algo que es mucho más que la suma de las partes. El detonante de la narración es un cuestionario que manda Blas Rivadeneira, un doctor en Letras de la Universidad de Tucumán (que existe en la realidad y es amigo mío) a un escritor ignoto, Julio Piedracueva, pidiéndole datos y anécdotas de su amigo, el escritor fallecido Héctor Corvalán Ramos (autor de El run run de las cosas). Piedracueva contesta enviándole una autobiografía que se desarrolla en su pueblo, Fray Bentos, a la hora de la siesta (el título original de este libro se iba a llamar, justamente, “Historia de mi vida a la hora de la siesta”).

La novela ha tenido, creo, una buena recepción. Como salió hacía poco que se habían levantado las medidas de la pandemia, por lo que las ferias del libro aparecieron como hongos. Esto posibilitó hacer una gira bastante intensa recorriendo en un mes y medio unas siete u ocho ferias, con presentaciones que me aportaron muchos elementos para tratar de comprender de qué va realmente este lagarto literario. Yo creo que el escritor es uno de los últimos en comprender el significado real del libro que acaba de escribir. Aunque suene algo romántico, creo que es necesaria una distancia y una acumulación de lecturas externas. (Por ejemplo, Pensión de animales, publicada en 2015, es un libro del que ahora estoy empezando a tomar conciencia; todavía no sé qué significa El run run de las cosas, que es del 2020). Pero a lo mejor estas son trancas o limitaciones exclusivamente mías. No lo creo.

En tu programa de radio entrevistás a distintas personalidades ¿Cómo ves la actualidad literaria en Uruguay y en el mundo en general?

Estoy con La Máquina de Pensar desde el 2010, de lunes a viernes una hora: el año próximo cumplimos trece años. Me cuesta mucho dar panoramas literarios porque yo leo los libros uno a uno (chiste) y enfoco la entrevista con cada autor buscando conocer las características de su enfoque personal. Muchas veces trazo líneas de afinidad o lo pongo a dialogar con obras de otros autores, pero siempre refiriéndome a al autor de turno, sin tratar de cartografiar el mapa literario.

Hecha la salvedad, puedo dar mi impresión, vaga y general y creo que bastante compartible, de que estamos en un momento de diversidad de propuestas, hay una cantidad de enfoques y estilos y es difícil señalar alguno hegemónico; en todo caso, se podría hablar de un cierto auge –bastante reciente en Uruguay– de las llamadas escrituras del Yo (autoficción, memorias, diarios, etc). Señalando este fenómeno, un amigo mío dijo que se inscribe en otro mayor: el de la escritura realista. “El realismo en la literatura es como el capitalismo” me dijo, “siempre está mutando para mantenerse: antes estaba la novela histórica, ahora la autoficción, pero siempre está el realismo”.

¿Cómo crees que la pandemia ha afectado el proceso creativo, sobre todo en el mundo literario?

La pandemia nos afectó a todos y todavía no alcanzamos a vislumbrar cuánto. Es un trauma colectivo que deberá transmutarse en poesía, artísticamente, para poder procesarlo, pero todavía es imposible saber cómo y en qué condiciones se hará. Hay, sí, desde luego, libros de autoficción y diarios que hablan de la peste y reflexionan sobre ella como metáfora del momento que estamos viviendo, pero creo que ese abordaje tan directo se agotará pronto. Los grandes cataclismos (como las guerras, por ejemplo) necesitan tiempo y sobre todo procesos de elaboración artística que alumbren obras que, de algún modo, y siempre parcialmente, reflejen la intensidad de lo vivido, algo que por definición es casi imposible de lograr.

Lo que sí se puede decir de los “efectos de la pandemia sobre la literatura” es que todos salimos con ganas de juntarnos, revalorizamos las relaciones presenciales, lo que explica en parte la explosión de ferias y encuentros sobre el libro, además de la proliferación de clubes de lectura y instancias para reflexionar y compartir lecturas. Desde ese punto de vista externo, se podría decir que la pandemia frenó la literatura y que la pospandemia la impulsó hacia delante. Desde el punto de vista interno, es muy difícil saber qué peso tendrá en los procesos creativos de los autores: yo creo que será algo insoslayable (pero eso es una impresión nomás).

Guillermo Cerminaro