Laberinto: una experiencia teatral

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Unas luces de neón se encienden e indican: Laberinto. Toda la sala está a oscuras, la música envuelve los asientos, los cuerpos están expectantes. Así empieza la obra homónima dirigida por Julieta Timossi que está llevándose a cabo los viernes a las 21.30hs en el Teatro Moscú (Juan Ramírez de Velasco 535) 

Una obra que nació de un podcast, que a su vez nació de las ganas de juntarse a crear y pensar nuevas formas de hacer teatro durante el aislamiento preventivo y obligatorio. ¿Qué hacer con y desde la distancia? ¿Cómo reemplazar, aunque sea momentáneamente, la presencialidad? ¿Qué recursos quedan a disposición y cuáles se inventan? Lo que comenzó como breves episodios grabados, en un intento por aplacar las pantallas y la proliferación incesante de contenidos, se convirtió en una obra que sostiene el contacto, la mirada, el uso de los cuerpos en el espacio. Cuerpos que parecieran atravesarlo por el impulso de sus propios pensamientos, de sus propios monólogos interiores. La palabra es el motor de la acción, sus movimientos son breves y, a veces, nimios, condensados. 

Alfonso (Pablo Pandolfi) conoce a Lucrecia (Belén Carluccio) en un boliche, se gustan, se besan, pasan la noche juntxs. Al mismo tiempo, Alfonso sostiene una larga relación con Sofía (Marina Pacheco) Como espectadorxs, somos invitadxs a formar parte de todos los entramados de suposiciones, expectativas, avances, retrocesos, incertidumbres propias de cada unx de lxs personajes. Es interesante cómo la obra propone una forma de pensar los vínculos amorosos desde la distancia que supone unx otrx, desde lo indescifrable de aquellx con quien se está en una relación. Y por otra parte, cómo los conflictos van desenvolviéndose en un terreno que roza lo humorístico. Porque acá el conflicto no está narrado desde un punto de vista melodramático sino que roza lo cómico. Una comicidad construida desde sus palabras y entonaciones, recordando los recitales de poesía que se encargan de generar e invitar a un espacio imaginado y, al mismo tiempo, concreto. La puesta en escena consiste en pocos pero importantes objetos, un perchero con la ropa que van cambiándose lxs protagonistas, una barra, y un asiento. Los juegos que ellxs establecen con los objetos amplía el imaginario de la puesta. Lo que por momentos es una casa, con un conciso movimiento es un boliche que se transforma en un sillón y que muta en una mesa de desayuno. Nuevamente, la palabra guiando y modificando, la palabra moldeando esas imágenes, posicionando esos cuerpos. Resulta irónico este recurso, y por eso mencionaba la comicidad a lo largo de toda la puesta, porque las palabras no terminan de completar sentido cuando atañe a la relación con otrxs. Y un poco, de eso pareciera tratarse el amor, o los romances. Algo allí que no puede decirse, por más de que intente llenarse, por más de que intente definirse. Lo que ocurre en el triángulo amoroso escapa a las denominaciones, y por eso resulta entretenido que lxs tres estén constantemente hablando. Algo de esa necesidad imperante del decir creo que responde a un clima de época. La pérdida de algunas categorizaciones bien conocidas, como la pareja estable monogámica y heterosexual comenzó a tambalear y pareciera que queda vacante toda una rama de relaciones posibles que aún no podemos (y quizás no haga falta) nombrar. Y allí, el teatro. Un poco para reírse de aquello cotidiano, otro poco para plantear su límite. 

El laberinto entre ellxs tres, el laberinto como espacio físico y también lo laberíntico de la puesta en escena, que usa el dispositivo audiovisual para que el teatro dialogue con la pantalla y el cine sea un poco un invitado en terreno desconocido. Porque en un momento dado, lxs espectadorxs lxs vemos mirar(se). Y en la pantalla aparecen Sofía y Lucrecia. Un guiño, una propuesta, una manera lúdica de replicar la instancia espectatorial. 

Laberinto es una obra que apunta a la atención de lxs espectadorxs, a su complicidad, a su escucha. Es una obra que exacerba el aquí y ahora de los cuerpos, el aquí y ahora del instante teatral. Al tiempo que se encarga de anclarse en discusiones y temáticas actuales que circulan por entre las conversaciones cotidianas, desde distintas perspectivas, sin sedimentar sentido sino abriendo posibilidades afectivas. Luego de tanta virtualidad, y con todos los protocolos pertinentes, volver a la sala llena, a los cuerpos ocupando los asientos, y por sobre todo, a las miradas de lxs actrices/actor direccionándose a todos los rostros que esperábamos anhelantes este momento de encuentro es reconfortante y necesario. 

Francisca Pérez Lence