La intersección del arte y el deporte no es algo que se vea demasiado en tiempos en los que la eficiencia parece haber ganado la carrera.
El breekdance, que ya hizo su aparición en los juegos Olímpicos de la Juventud y debutará en Paría 2024, parece un arte pero tiene elementos del deporte. Por estos tempos hay encuentros urbanos en los que se mezclan disciplinas deportivas con la música.
El mismo deporte puede contener arte. David Foster Wallace escribió un ensayo llamado “El tenis como experiencia religiosa” en donde enaltece la belleza del juego de Roger Federer.
Recientemente se inauguró en Buenos Aires una palestra de escalada de 43 metros que, además, es una obra de arte. Los escaladores pueden ascender sosteniéndose en las obras que son recreaciones de pinturas de Raul Lozza o Gyula Kosice, por citar un par de casos. La montaña concreta fue realizada por Fabián Bercic y es la ganadora del premio Ascuy 2021.
Se trata de un homenaje a la vanguardia constructivista de los años 40 y se encuentra emplazada en el barrio de Caballito en el edificio Donna Reggia.
Viendo esto, ¿quién dijo que no puede haber belleza en la práctica deportiva?