Días perfectos, la última película de Wim Wenders estrenada hace unos meses, tiene valores estéticos que la constituyen en una obra singular. Pese al poco tiempo transcurrido desde su estreno, la obra parece no tener límite en la consideración de quienes la vieron porque, además, plantea una ética de vida.
Hirayama el protagonista trabaja con esmero en la limpieza de los baños públicos de Tokyo. El tiempo de descanso lo utiliza para contemplar la naturaleza, para leer y escuchar música. Su vida es sencilla y el director opta por mostrar solo algunas pinceladas de su pasado.
Hirayama toma las riendas de una vida que puede parecer rutinaria, pero de la que se apropia en cada momento. En las noches lee a Faulkner, aún en estos tiempos en los que no hay disposición (tiempo como demuestra Hyrayama hay) para leer al escritor nacido en Estados Unidos, como podría decirse también de Proust o de Joyce.
Lo único que podemos decidir es qué hacer con el tiempo que se nos ha dado, dice Gandalf en el Señor de Los Anillos. Hoy el tiempo parece escurrirse entre los dedos cuando nos dedicamos a pagar cuentas, a correr detrás de algo que no se sabe bien qué es o simplemente a resignarnos a ser sobrevivientes.
La película, en esa síntesis estético-etica, muestra no solo que otra posibilidad de vida está en nuestras manos, sino que resulta necesaria como una genuina forma de resistencia. La victoria reside en que Hirayama no sea la excepción sino la regla.
Guillermo Cerminaro