El rock, de la modernidad a la posmodernidad (Tercera parte)

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Por Guillermo Cerminaro

En la posmodernidad la idea de la verdad será puesta en duda y comenzará a languidecer: o no hay una verdad única, o no existe. En todo caso, la verdad nunca más se escribirá con V mayúscula.

Nietzsche, muchos años antes, con la idea de la muerte de Dios,fue el que abrió la puerta para determinar la muerte de la verdad.

Desde el rock se pensó (se sigue pensando en los sectores más conservadores) que “los otros son caretas, nosotros somos de verdad”. En definitiva el mundo binario expresado entre estilos, bandas, tribus, que condujo a una emboscada hoy en vías de deconstrucción utilizando el concepto acuñado por Jacques Derrida.

Mucho se ha dicho sobre la muerte del rock. Siempre se habla del fin de la filosofía, del arte, incluso de la historia. ¿Porque tanto dramatismo con el rock? ¿Qué sentido tiene ese pregunta así formulada una y otra vez? Será porque se presentó, nos hizo creer una historia y “desapareció”. Peor aún nunca se ha ido, permanece como fantasma.

El rock hizo una promesa y la creímos sin objetarla, como si siempre fuésemos jóvenes rebeldes, como si no hubiese límites y como si todo fuera una locomotora que nadie iba a poder parar.

Nos propuso principios e ideales, irrumpió de la mano de los jóvenes constituidos por primera vez como masa, como protagonistas del cambio social. Pero duro poco: desapareció y seguimos creyendo que estaba. Se fue y no nos dimos cuenta. Aquellos jóvenes crecieron y el fantasma nos acompaña. El rock hoy opera de forma fantasmagórica: está y no está.

El rock en la posmodernidad ya no está atado a los grandes relatos, más allá que se puedan encontrar vestigios de eso. Tampoco persigue la novedad. Es la mezcla, la falta de límites precisos con otros géneros. La escena se atomiza y ya no hay épica.

Si creímos alguna vez que el rock era emancipatorio desde lo social, y que se podía generar un mundo mejor, ¿hoy podemos pedirle lo mismo?

Nos guste o no, ya no vivimos en los años 60, en donde había horizontes que se ampliaban. El rock en esa década envolvía toda la cultura de esa fuerza social que irrumpió en la escena: la juventud. Hoy los videojuegos, el mundo de los comics, las redes sociales, otro forma de escuchar música cambiaron el mapa. Ya nadie transforma la totalidad; apenas, quizá, el mundo circundante, lo que rodea.

Ya no se puede pensar en “o”. Hay que pensar en “y”. El rock desde sus inicios despreció lo otro. Era impensable el intercambio entre tribus. Hoy se tiende al “Y”: a lo múltiple.

El término de pertenencia parece en decadencia. Ese concepto fue un bastión del mundo del rock “Soy rockero”, una identificación indeleble, un lugar cerrado, un contorno que brinda seguridad. Dice “Bifo” Berardi en su libro sobre Félix Guattari:“ la amistad sigue siendo la lección más rica de los movimientos. Y la amistad quiere decir comunidad provisoria, que no se funda sobre ningún origen en común, sobre ningún destino escrito, sobre ninguna necesidad histórica, sino sobre el agenciarse provisorio de ritornellos. Quiere decir amor por las mismas situaciones, persecución del mismo objetivo provisorio, placer de realizar juntos el mismo recorrido o de fracasar juntos y caer”.

Gilles Deleuze junto a Guattari habló de rizoma para referirse a lo reticular, lo que no tiene la jerarquía de un árbol con ramas, parecido a un arbusto que se ramifica en forma horizontal sin un tronco central. Parece esto un rasgo de esta época también en el rock.

Haciendo un salto al presente el rizoma no solo forma parte de la forma de pesar de los hacedores actuales: los featuring son una manifestación de ello, el mundo se mueve en redes colaborativas desconocidas en los primeros tiempos del rock. Los links que se producen ante la escucha de la música en las plataformas digitales son otra muestra de ello.

En “Tlon, Uqbar, Orbis, Tertius” , Borges cuenta: “Aquí doy por terminada la parte final de la narración. Lo demás está en la memoria (cuando no en la esperanza o en el temor) de todos mis lectores”.

Al rock, a su narración, también lo buscamos en la memoria (en los vericuetos imprecisos de ella). Pero quizá lo más importante de la cita sea lo que está entre paréntesis. Nos persigue el temor (que nos haya abandonado de forma definitiva) y nos alcanza la esperanza (de que algún día regrese).

Surgen una serie de preguntas:

¿Podemos pedirle al rock que siga siendo lo que fue, si es que alguna vez fue lo que creímos que fue?

¿Sería deseable?

¿Podemos pedirle que sea revolucionario , cuando el mundo no lo es, y cuando tal vez nunca lo fue?

¿Fue alguna vez el rock libre o solo fue rebelde?

¿Puede nacer algo nuevo cuando estamos en la época del post y lo viejo no termina de irse?

Si hoy campea la mixtura, lo múltiple. Si eso ocurre en el campo político y social y artístico ¿Por qué el rock iba a escapar a eso?

¿Lo por venir, lo neo, tiene que ser necesariamente el rock?

¿Por qué nos cuesta tanto el cambio, aceptar al transformación, que lo que fue no sea más o sea diferente?

¿Si el rock se ha vuelto una cultura conservadora, no hay que mirar también al público, cómodo con fórmulas conocidas?

¿Por qué seguimos en muchos casos asignándole el valor de verdad la rock, cuando el concepto está en crisis?

¿Por qué lo homologamos a prácticas casi religiosas cuando quizá lo que pueda ofrecer hoy no sea eso?

En definitiva, ¿por qué le pedimos tanto al rock?