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“El gigante egoísta” y un ejercicio de paciencia

Un cielo límpido, con algunos copos de nieve que caen impasibles, se abre paso mientras la voz de una narradora nos presenta la historia “Nuestra historia comienza el último día de invierno de ese año” La introducción da lugar a las voces de la Nieve, la Escarcha y el Viento retirándose de la aldea tras haber luchado largo tiempo con el gigante, que protege su jardín de los efectos del frío.

La historia de El gigante egoísta (basada en el cuento homónimo de Oscar Wilde) retrata, a través de precisas personificaciones de los fenómenos naturales, el paso del tiempo, de las estaciones. No sólo se encarga de describir el retorno de la primavera o el regreso del otoño sino que además plantea problemáticas en torno a la espera que requiere la llegada de cada una de ellas. Se interroga acerca de la transición entre estaciones, de lo que puede o no puede hacerse, de la ética que se habita en esos pasajes porque el gigante está ocupado en construir un fruto que madure en primavera, para poder regalárselo y que ella se quede por siempre con él, en su jardín. Para eso, crea una máquina que (trans)forma frutos, flores y distintas plantas en el momento deseado. El hincapié está puesto allí, en la premura, en el concebirse capaz de construir aquello que el paso del tiempo brinda sin necesidad de apresuramientos, en elaborar los frutos a los que aún no les ha llegado su tiempo.

En este sentido, la película dialoga con un estado de situación realmente alarmante a nivel social, que es el cambio climático. Este gigante, vuelto sobre sí mismo y concentrado solamente en su labor olvida que las estaciones requieren sus pausas, sus llegadas, y sus huellas. Que el tiempo que cada una ocupa en la vida cotidiana, sus restos (un jardín repleto de nieve, hojas secas, flores naciendo) requieren de la espera del trajín y el aceleramiento humano. El protagonista es ese cuerpo enorme que destruye y (re)arma a su paso, es la posición del todo es mío, del (des)hacer al antojo.

En contraposición, se vislumbran esos pequeñxs niñxs que revolotean por el jardín en busca de comida. Niñxs que esperan la lluvia, el sol y el crecimiento desde la tierra para poder comer. Y que dialogan con las estaciones, personificadas cada una con un atuendo y accesorios, todo en colores saturados propios de la animación.

El gigante egoísta describe y enaltece la infancia como ese momento vital de conexión con el ambiente circundante, con el tacto y el juego entre los árboles y con otrxs. La película comprende la niñez como un espacio mutable, como un espacio abierto y disponible a las transformaciones y más que nada a la paciencia. No son nada más las estaciones las que cambian y modifican lo que tocan sino también el gigante en vinculación con esxs otrxs, en una típica narración infantil sobre el pasaje de una actitud maliciosa a una benevolente, con sus consiguientes disculpas.  Y colorín colorado, nos comenta la narradora, este cuento se ha acabado.

Francisca Pérez Lence