El ajedrez es hoy sobre todo equilibrio. Mínimas ventajas. Ecualización. Todo lo demás pasa a dejar de importar: ocho al cuadrado ni se acerca al infinito y ya alcanza para perderse. El ajedrecista poda su destino con machete lento. En el campeonato del mundo Nepomniachtchi y Ding Liren, desafilados. Tras catorce partidas clásicas tienen la legitimidad de ser humanos: son sucesores del robot escandinavo que ahora juega al poker: a lo sumo durante el match hablará por twitter o por twitch. Un dato: entre la partida cinco y seis se filtró la preparación del chino: imprudentes jugaron él y Richard Rapport, su entrenador, partidas rápidas con usuarios falsos en febrero de este año en la plataforma chess.com, recientemente adquirida por el grupo del noruego Magnus. Aunque eso es solo un dato. El módulo ve a la vez todas las partidas: no hay muralla tras la que ocultarse. Sucede el desempate. Tras diecisiete encuentros se busca el campeón número diecisiete. Chino no hubo nunca campeón. Ruso, los rusos. Nepomniachtchi viene de perder hace dos años en Dubai por un error en la sexta: se dejó el alfil atrapado. Sin embargo ganó el candidatos en el 22. Magnus no quiso volver a jugar contra él. Pero eso es historia conocida, igual que toda partida en alguna línea hipotética ya se ha jugado. Liren tuvo que jugar 30 partidas en 30 días para clasificar al Candidatos: encadenado entre restricciones apenas movió piezas en un buen tiempo. Por su elo, dado el mínimo de participación oficial requerida, podría participar si cumpliera: le inventan matchs, gana, clasifica. Es segundo en el candidatos. Magnus no da revancha: ya no quiere ajedrez clásico. Está aburrido, ¿quién dijo que el ajedrez no aburría?
En Astana, sede de la final, caía la noche, aunque como saberlo: el ajedrez, que alcanzó su tope estético en las rápidas berlinesas, austríacas de bar, se enfrió y perdió su carga etílica: ascéticos sobre una plataforma que flota sobre alfombras, tiemblan: repiten dos veces la jugada en la cuarta partida quedan pocos segundos para gastar. Son partidas de 25 minutos cada uno, diez segundos por movimiento: quedarán treinta segundos, como mucho, por bando. Lo dado sería que Liren repitiera por tercera vez para forzar tablas por la regla de la triple repetición, pero se autoclava, es decir: rompe las reglas. La máquina lo felicita, pero quién es la máquina: entrenan haciendo equilibrio en la barrita de equidad, y eso entrena el instinto. Pero cuando gira la moneda solo mueven la mano: es una emoción, un pase de tiempo. Ding no lloró, porque los ajedrecistas no lloran. Nepomniatchi no puede ocultarse a sí mismo, porque sino sería campeón. Hablan de las máquinas. Esto sigue siendo madera y cuerpo. Ding seguro brindó, quizá con alcohol.
Natalio Vallejo