Me parece exagerado ir dos veces a cualquier sitio, a cualquier sitio. Pero cuando Vargas me dijo: voy sábado y domingo, y cuando me dijo también: voy miércoles también, me pareció bien, porque Vargas es fanático, y eso es lo que hacen: van, siempre, una rota vez, al mismo mismo sitio, creyendo que esta vez será distinto, mejor, nuevo: ¿no?
Al principio nos paró la policía, el micro, digo, que habíamos contratado, que salió del Obelisco: ¿llevábamos, preguntó, mariguana, o drogas, o algo alucinógeno? No: el micro siguió. Éramos buena gente. A la señora -fanática, otra, ¡eso era!- que estaba al lado mío, le pareció extraño: ¿nadie, en todo el micro, alucinaba? Ella, por si entraban perros, puso su conciencia en un canuto de la zapatilla. Pero los perros no entraron, y ella se quejó: ahora me quedó aplastada.
No.
Viajábamos a provincias para buscar eso que nos habían sacado: el volumen, el error.
No.
¿No?
¡Sí! Viajábamos a provincias a buscar el volumen y el error: ¿qué diferencia a un ensayo de un show?
Acoples no hubo. Punto para el show. Pifies unos cuantos, y eso que Vargas me advirtió: ¡pifian! ¡pifian mucho! ¡están nerviosos! Y aún así me sorprendo: ¡cómo pifian, carajo! Si hasta parece un ensayo. Y se los concedo, lo solucionaron: cinco canciones podemos regalarle a cualquiera, hasta a ellos, que vuelven y queremos atesorarlos: pifien, pífienlo. Cinco canciones y un minuto de silencio (y murmullos, en el escenario). Claro, es que todavía no empezó: eso, lo primero, fue el ensayo.
Me lo creo: Fantasmas, ese hit, ¡esa pantomima de Ciro, encapuchado! Empezó. ¿No? Sí, a juzgar por el pogo, y el coro, por eso que huelo: queman, conciencias, que no filtraron las pobres consultas policiales (¿llevan algo alucinógeno?) y flamean, también, desde el principio, y no dejarán de flamear, las banderas que, nos dijeron a la entrada (a mí, que no llevaba): no se pueden entrar. Pero de nuevo (no voy a revisar la lista de temas, no vale la pena): cae. Era show (¡Fantasmas!), pero es ensayo, de nuevo, cuando pifian (¡pifian, pifian!), pero está bien, ¿no? eso vinimos a buscar, a otras provincias: volumen, error. Gente viva… ¿y acá? Disfrutan… no terminan de entender dónde están: ¡ensayan! Grita alguien, pero también baila, goza, si amerita, y siempre amerita, ¿no? ¿Por qué no? bailar, el pulso que dispongan caprichos innegables de la firma piojosa: ¿es la sustancia alucinógena quemada que emanan los cuerpos en ritual, la que confunde, la que levanta a los muertos? No lo sé, y no puedo concentrarme: estoy pensando que el que diseñó las pantallas no diseñó el escenario: ¡incluso en eso están ensayando! Me convenzo, y empiezo a entenderlo, a Vargas: volver para corregirlo, con los ojos, rejuvenecidos: como si hiciéramos, algo, mirando, pero nunca hacemos nada: creo que el público coreando el indisoluble vetembó vetembó producirá efectos en el yerre eterno, mas no: avanzan, como caballos drogados, directo al paredón: no nos importan las carreras, ni la velocidad, ni dar espectáculo, ni el volumen, ni el error (o tal vez nos importe un poco, pienso que piensan, dar espectáculo, o pienso que piensa Ciro, quiero decir: baila, como el tío que siempre fue, como el boxindanga que nació para ser ¡esa nariz! y siempre, aparatoso, ¡mal! pero bien (¡eso me gusta, el volumen, desmesurado, y el error), baila, y nos reímos: es, un poco ese, el espectáculo) como si le importara, y creo que le importa, pero no como yo creo que las cosas importan: avanzan retrocediendo, cada vez más errores y cada vez más emoción (Vargas me dirá: están cada vez más sueltos, Ciro lloró), y juro: yo también lloro, pero no cuando ellos lo hubieran calculado -creo que no calculan, con sus listas de temas-, ni cuando yo: lloro cuando noté que lloré, y cuando lo noté ya no lloro: ensayos, ensashows.
No tengo nada muy especial para decir de la vuelta de los Piojos. Porque es como si todavía se estuvieran preparando. Por eso puedo entender, volver. Si nunca estuvimos… O es que quizá siempre fallaron: nunca se fueron.
P. Yerro