Apuntes sobre Blade Runner
Si Ridley Scott con Alien (1979), supo reinventar el género de ciencia ficción y ponerlo en conjunción con el de horror, tres años después volvería a lograr algo parecido. Con Blade Runner la ciencia ficción se reescribió a sí misma una vez más, depositando sus pies en el terreno del film noir. El director británico demuestra el artesano de géneros que es, tomando elementos preconcebidos y tan disímiles entre sí. Reestructurándolos para volverlos nuevos, de una manera tan embriagante como lo es dentro de su notable puesta visual.
Para lograrlo se aleja del material original del relato de Philip K. Dick, transformando el lenguaje literario en puro deleite cinematográfico. Los arquetipos del héroe y la misión a cumplir de Deckard (Harrison Ford), no escapan de lo estereotipado y lo ya conocido. Pero es la manera en que esos elementos típicamente acartonados se encuentran dispuestos dentro de ese futuro distópico, lo que hace valer la pena la inmersión en un mundo derruido.
Si bien hay cierto desbalance entre lo que puede aportar el protagonista, tanto por su construcción nacida del guión como por el limitado poder de interpretación del actor, se encuentra lejos de arruinar el conjunto de la obra. Le ofrece un mayor lugar de ser apreciados los elementos que volvieron al film, el clásico indiscutible que es hasta la fecha. Y el mayor acierto reside en el hecho de que el verdadero protagonismo y fuente de empatía se halla en Roy (Rutger Hauer), el mal denominado villano.
A fin de cuentas no importa Deckard. Si es o no un replicante. Importa la necesidad inherentemente humana de vivir. El temor a la muerte de un ser cibernético. Se puede obviar el hecho de que se trata de sintéticos y verlos como lo que predomina en su interior. Seres que están llegando al final de su vida, aferrados a la necesidad de prolongar ese tiempo. Hay una igualdad absoluta entre el humano y el replicante, porque a fin de cuentas son lo mismo. Un ser sensible que puede apreciar la vida, el arte, sentir miedo y amor.
La unión que logra Scott, olvidando las barreras impuestas por los elementos puramente de género, es de una sensibilidad artística tan grande como la que Roy tiene por la vida misma. Y ese es un regalo inmenso que el realizador ofrece. La oportunidad de dejar al público perplejo ante ello, sin lugar para el olvido ante semejante experiencia visual. Una que perdurará, imposible de perderse en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
Nicolás ponisio