Uno de los mayores aportes de Gilles Delueze fue el concepto de devenir que desarrolló en Mil Mesetas,el libro que escribió con Félix Guattari. (El filósofo francés también publicó varios textos sobre cine).
Una de las múltiples miradas que puede hacerse de El Jockey, la nueva película de Luis Ortega, es desde allí: desde el devenir.
Remo es un jockey, con una vida plagada de conflictos que luego de accidentarse al caerse del caballo en el hipódromo de Palermo deviene en Dolores, la mujer que sale del hospital y recorre la ciudad contradiciendo el lacónico parte médico: las lesiones no son compatibles con la vida ¿Es eso posible? En el ámbito del arte todo lo es y al parecer también lo es desde una mirada filosófica lejana de cualquier idea de esencia, en el que las identidades fijas están puestas en duda.
La película deja muchos espacios vacíos, condición necesaria para que aflore la imaginación. ¿Por qué habría que explicar todo? ¿Por qué habría que explicar?
Las preguntas que surgen están asociadas al movimiento: hasta donde podemos devenir. Es el nombre propio que está puesto en duda (una de las escenas finales es prueba de ello, cuando se suceden una serie de preguntas sobre quién es cada uno de los personajes)
El Jockey tiene las dosis de humor necesarias, los símbolos que abren a la interpretación y la música justa, que va desde Virus a Nino Bravo. Entre muy buenas actuaciones resulta memorable la de Nahuel Pérez Bizcayart en su doble rol de Remo y de Dolores. Las imágenes, exquisitas, están a cargo Timo Salminen, el director de fotografía que suele trabajar con Kaurismaki. Con todo esto, El Jockey se despega del cine argentino contemporáneo y se constituye en una de las grandes películas del siglo XXI.
Guillermo Cerminaro