Con el estreno de la serie Ringo, Gloria y Muerte ha vuelto a escena (quizá sería adecuado decir al Ring) uno de los ídolos populares más grandes que ha dado este país.
Decir ha vuelto resulta excesivo porque Bonavena nunca se ha ido del imaginario popular como uno de los personajes más carismáticos del deporte y de la cultura en general. Alcanzan los dedos de la mano para encontrar a otros que lo superen o igualen en ese atributo.
El primer capítulo de la serie estrenada como previa a la primera (y tardía) presentación de Maravilla Martínez en el Luna Park, muestra los comienzos de Ringo como boxeador y los últimos meses en Reno Nevada, adonde encontraría su trágica muerte.
Quizá los días postreros, en medio de la mafia, ayudado por las buenas actuaciones de Thomas Grube como Joe Conforte y de Lucila Gandolfo como Sally Conforte resulten más logrados que sus inicios en Parque Patricios y sus primeros pasos como boxeador en los Estados Unidos.
La actuación de Jerónimo Bosia como Bonavena resulta convincente. No era tarea sencilla interpretar a alguien que está en la memoria tanto por sus gestos, sus movimientos y su voz.
Ringo no fue el mejor boxeador argentino: Monzón, Locche, Pascual Pérez y muchos otros están por encima en virtudes pugilísticas.
Sin embargo, en el cenit de su carrera, un 7 de diciembre de 1970, enfrentó con bravura a Muhamad Alí, el boxeador por muchos considerados el más grande de la historia. Bonavena cayó en el round 15 pero, aún perdiendo, se convirtió en un héroe mitológico.
Ringo fue más que un boxeador, un showman, un provocador, la porteñidad, el barrio de Parque Patricios.
De no haber sucedido aquella noche trágica del 21 de mayo de 1976, tendría hoy 80 años y tal vez iría a ver a Huracán. La hinchada volvería a cantar como entonces “Somos del barrio del barrio de La Quema, somos del barrio de Ringo Bonavena”.
Pero así no sucedieron las cosas.
El muchacho de barrio, vivió una vida de película. Los tiempos modernos lo han convertido en serie.
Guillermo Cerminaro