En estos tiempos la necesidad de esperar buenos parece ser una idea excesiva. Así piensa Cesar Aira quien en una entrevista con Alan Pauls consideró que “darle tanta importancia a un buen final revela que se concibe el libro (la novela, el cuento) como un producto, que como producto vendible y consumible debe responder a criterios de calidad. No hice nunca antes de ahora este razonamiento, pero creo que intuitivamente estuve resistiéndome a esa lógica productivista con mis finales decepcionantes”.
Aira lo dice para los libros pero puede ser aplicado a las vedettes de estos tiempos: las series. En una reciente encuesta del portalOnBuy.com, dos de las series más importantes de los últimos años fueron elegidas como las de peor final. Una de ellas, Lost. La otra, Game of Thrones.
Esta última está más fresca en la memoria de los fans. Por la frondosidad de opciones que se abrían al llegar al último capítulo, que el trono haya recaído en Bran Stark, puede haber resultado algo decepcionante, pero ¿qué importancia tiene eso en una historia tan arbolada en situaciones y personajes como esa?
Dar tanta trascendencia al final parece tener que ver más con una sociedad que valora más el destino final (resultado) que el camino (proceso). No querer saberlo (el spoiler parece ser el enemigo número uno de los que miran series) es parte de esa misma lógica. Importa poco la forma, la estética, En definitiva se desdeñan los componentes básicos de cualquier obra artística.
Exigir un fin acorde a las expectativas es una idea muchas veces teñida por condicionamientos morales, religiosos o políticos. Los finales son como son y casi siempre son diferentes a como quisiéramos que sean.
Norberto Mauro