Sara Ahmed publicó, en el año 2010, su libro La promesa de la felicidad. Una crítica cultural al imperativo de la alegría. En él analiza, entre otros discursos sociales, algunas películas para ejemplificar cómo el cine tiene la capacidad de construir existencia. Es decir, a través de las ficciones se condensan y sedimentan algunas cualidades para determinados grupos sociales. Aquí me interesa puntualmente su capítulo “Inmigrantes melancólicos”, en el cual revisita parte de la filmografía norteamericana para diseccionar los entramados con los cuales se presentan a las familias inmigrantes. A primera vista, son entretejidos que parecen inocentes y divertidos. Pero Ahmed desgrana los diálogos, los planos, las decisiones estético-narrativas y va señalando cuántos lugares comunes se repiten y cristalizan en películas que portan el rótulo del entretenimiento/esparcimiento.
En Gran Torino se presenta la dicotomía entre Estados Unidos, planteado como un espacio de libertades y triunfos, y la comunidad hmong como el ámbito opresivo y autoritario del que provienen Thao y Sue, sus nuevxs vecinxs. La aparición de la familia fastidia la vida de Walt (no tan cómoda, debido a la reciente muerte de su esposa y a la distancia con su familia) que lxs recibe desdeñosamente.
A partir de la obligada vecindad, Walt comienza una relación con Thao. Un vínculo que empieza con el desprecio explícito de Walt hacia todo lo que represente a otrxs, pero que va mutando hasta convertirse en una amistad. Aquí podrían caber las palabras de Zizek acerca de la incomodidad existente y muchas veces necesaria, para acercarnos lxs unxs a lxs otrxs. Porque a través de apodos burlescos o transformaciones adrede de los nombres de la familia, Walt entabla una relación mucho más profunda con Thao o Sue que la que sostiene con sus propios hijos. Pero aún así, considero que la película con acaba con la reconciliación y apertura de dos modos de vida distantes tanto geográfica como culturalmente. Porque, en realidad, el conflicto principal no radica en el desprecio de Walt por los inmigrantes, sino en el persistente hostigamiento por parte de una banda hacia Thao. Una banda comandada por su propio primo. Es decir, los problemas que aquejan a Thao refieren y surgen de su propia pertenencia étnica, y no tienen que ver con los posibles (y probables) conflictos con pandillas norteamericanas. Las bandas son terreno de los latinos y los asiáticos. Y será gracias a la relación con Walt, quien encarna el espíritu americano, que Thao podrá, lo que se dice comúnmente, progresar. Saliéndose de su comunidad, y vinculándose con los Estados Unidos, Thao emprende un recorrido de vida distinto. Allí donde pareciera haber una reconciliación, y el comienzo de una amistad, se sostiene lo que Ahmed entiende como la representación de la dicotomía libertad/opresión, siendo siempre la comunidad de origen la opresiva. Como si las normas morales que moldean las existencias, delimitando circuitos específicos de lo que se entiende como una buena vida fueran característica única de las comunidades. Como si Estados Unidos no pudiera entenderse, en su totalidad, como una sociedad con sus propias reglas comunitarias. Así, gracias a Walt y su plan ingenioso para hacer caer a la banda, Thao se queda con el Gran Torino en un gesto grandilocuente por parte de su vecino. Con él, ahora sí efectivamente sin ningún lugar a dudas, podrá emprender un recorrido de vida distinto.
Francisca Pérez Lence