La ausencia de shows con público ha dejado un vacío imposible de cubrir. Cualquier sucedáneo, por más válido que sea, evidencia la sensación de desasosiego.
En su libro “Por qué es importante la música”, David Hesmondhalgh pone luz sobre el asunto:
“Comparada con otras formas de experiencia estética, la música desempeña un papel comunal especialmente potente, alentando a la gente a moverse ante los mismos sonidos al mismo tiempo, pero de diferentes maneras (más alocadas o más reservadamente, más hábilmente o más torpemente, más irónica o más sinceramente) combina entonces una forma de respuesta de expresión individual con la expresión colectiva del gusto y los apegos compartidos”.
Si nos detenemos en este último aspecto, en el que se introduce la conexión individual y colectiva, ello sólo alcanza su máxima expresión en el encuentro ceremonial. Más allá de saltar sin ver como en un recital de AC/DC, de estar sentado en una butaca escuchando a Jorge Drexler, bailar con un tema de Babasónicos, o mover tímidamente los pies mirando una banda que no conocemos, la sensación es la misma, apenas con alguna variantes.
La idea de pertenencia, el compartir con otros, la liberación de energía, son algunas de las manifestaciones que ocurren en la comunión entre el artista y el público. Quienes hayan tenido la experiencia de ver a Los Redondos, por caso, habrán comprobando aquello de sentirse parte de un “estado sustituto”, como plantea el periodista Alfredo Rosso. Y quienes hayan visto a Soda (¿Por qué no se podían ver las dos cosas al mismo tiempo?), habrán vivido un momento estético y musical único.
Más tarde o más temprano, otra vez la experiencia de sacar un ticket, palpitar el show, esperar el día, disfrutarlo y recordarlo será nuevamente posible. Todo sucederá de nuevo y como dice La Vela Puerca al comienzo de sus shows:
“Todo bien
Todo está listo
¿Cómo vas?
Yo aquí me vesOtra vez
Bajo las luces
Y el sudor
Sobre la pielEmpiezo hoy, a ver todo de nuevo…”
Guillermo Cerminaro