Cada vez que llega una nueva edición del Festival Lollapalooza, la gente compra las entradas sin saber el line-up, con lo cual al menos se abren dos grandes opciones, con los matices que se pueden encontrar en el medio de ellas. O el que paga la entrada confía en la programación o poco le importa lo que pase en el escenario y va por otras motivaciones.
Es cierto que desde los comienzos el festival mantuvo un estándar de calidad y un line-up variopinto, no sólo en los headliners sino también en aquellos artistas de media tarde o comienzo de la jornada.
Eso fue variando sobre todo por la incidencia de la música electrónica y básicamente de los artistas del trap en esta última edición, lo que trajo como consecuencia que haya habido pocos artistas tocando con banda en vivo, ya que la mayoría utilizó pistas para sus shows. Si bien la calidad ha bajado, hay artistas que bridaron un buen show. Post Malone, por citar un caso, aunque dejó un sabor agridulce por esta carencia de no contar con una banda.
Aunque no parece necesario tener el soporte de músicos tocando en vivo, resulta insuficiente lo que se hace cuando se carece de ellos y se deja de lado la puesta en escena que podría venir en ayuda en esas circunstancias.
Pese a la caída que parece producirse en los últimos tiempos, siempre el Lollapalooza deja algo. Kamasi Washigton brindó un show lleno de matices y Greta Van Fleet mantuvo inalterable la llama del rock clásico. Fito Páez y Lenny Kravitz volvieron a hacer bien lo que hacen desde hace ya tiempo y Arctic Monkeys y Kendric Lamar hicieron lo suyo sin defraudar.
Sin embargo, quedó gusto a poco. A poca música tocada arriba de un escenario.
Guillermo Cerminaro