Fernando Cabrera en Café Vinilo: El señor de los matices
Los secretos se dicen en voz baja, en silencio. Fernanda Cabrera es el maestro de ese arte. Pero hace mucho su nombre se dice bien fuerte. Agotó las cuatro funciones previstas para estos días en el Café Vinilo y tuvo que agregar dos más: una el miércoles antes del primer show anunciado y otro el próximo sábado a medianoche.
En la que a la postre fue la segunda presentación, el jueves, Cabrera imantó las miradas de todos hacia un único punto fijo: él y su guitarra.
El show comenzó con un bloque de canciones que integran su último disco “432”, editado el último noviembre en Montevideo y de próxima aparición en Buenos Aires. Así se sucedieron Copando el corazón, El trío Martín y Alarma, una de las cuatro microcanciones de “432”, que en apenas un minuto define el pulso de estos tiempos.
Pero Cabrera, según confesó en una de sus constantes y muchas veces divertidas intervenciones entre canción y canción, no repitió lo que hizo al presentar el disco en Montevideo cuando comenzó la presentación hilvanando 9 canciones nuevas. Sabedor que el público quiere escuchar los clásicos, no faltaron Dulzura distante, El tiempo está después, Te abracé en la noche. A mitad de show llegó Viveza, acompañado sólo con una cajita de fósforos, en lo que fue uno de los momentos más aplaudidos por el público que ya a esa altura estaba inmerso en un verdadero vórtice de música y palabras.
Tal vez la bellísima Oración, incluida en 432, haya sido lo más notorio de lo nuevo, una gema que seguramente será clásico. Cuando Cabrera se despidió del escenario se fue casi pidiendo disculpas y hasta tuvo tiempo de agradecer y comentar un libro que le acercó alguien del público. No tardó demasiado para cantar apenas dos bises, el último de ellos, también incluido en el disco nuevo, la emotiva Otra dirección.
Justamente entre emotividad y reflexión transcurrió el show. Es que eso es Cabrera: un artista lleno de matices y detalles. Nada sobra en sus canciones, nunca hay un lugar común, todo es precioso y necesario. Cada nota está puesta donde debe estar, cada palabra tiene sonoridad poética y el silencio se hace presente cuando es preciso. En Cabrera nada es porque sí y su compromiso intelectual y emocional es lo que transmite. Eso mismo, respetuosamente, es lo que el público le devuelve cada vez que sube a un escenario.
Guilermo Cerminaro