La experiencia Cabrera

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El fin de semana, como ya es costumbre, Fernando Cabrera realizó una serie de conciertos en Café Vinilo. De ese ciclo desprendemos dos textos posibles, dos miradas de un mismo evento:

Desde hace un tiempo, una vez por año voy a ver a Fernando Cabrera. Cada vez que el ritual se repite, la experiencia es nueva. Más allá que gran parte del repertorio sea el mismo (“El tiempo está después”, “Te abracé en la noche”, “Viveza”), no son las canciones nuevas u ocasionales lo que lo hacen distinto. La novedad está en lo que transmite Cabrera, esa sensación inasible, inconmensurable y sublime, producto de la originalidad, el talento, la ironía, los silencios, la voz, las palabras  y los sonidos que salen de su guitarra.

Pasan los años y algo, como canta Cabrera en “La casa de al lado”, queda claro: “No hay tiempo, no hay hora, no hay después, no hay antes, ni luego, ni tal vez”. Hay arte.

Guillermo Cerminaro


Lo de Cabrera es como el repiqueteo de una lluviecita en el techo de una habitación oscura: silencios que suenan fuerte en la noche. Su destreza, como en casi todos los grandes artistas, está en lo no dicho. Y su obra funciona con la lógica del escultor: si las canciones son un pedazo de piedra, su guitarra es el cincel que depura lo que no se necesita y su voz, el martillo que golpea preciso y constante.

Ver a Cabrera no es opcional, al menos no para aquel que se dedique a cualquier rama del abanico artístico. Porque hay pocas cosas más poderosas que una buena canción. Y de esas, él tiene muchas.

Patricio Cerminaro