Vuela el Maligno, vuela

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“El arte quizá no sea un deporte, pero el deporte es un arte” dijo el Barón Pierre de Coubertin, creador de los Juegos Olímpicos. Claro que la frase fue dicha hace más de 100 años y los procesos de tecnificación y el concepto de eficiencia apenas dejan ver algunos destellos del arte en el deporte.

Los Juegos Olímpicos siguen siendo el reservorio de la belleza. Ayer se hizo visible en el BMX freestyle, con los saltos, montando su bicicleta, de José “Maligno” Torres.

Deleuze cuando se refiere a los deportes modernos, el windsurf y el skateboard (pero hoy podría haber hablado del BMX freestyle) habla del equilibrio sobre un haz energético.

Si algo le sobró al “Maligno” fue equilibrio: muchos de sus competidores debieron abandonar por caerse de la bicicleta.

Torres -que ya hubiera tenido un plus en el reconocimiento por su sobrenombre (¿hay alguno mejor?)- voló alto como ninguno. A minutos de haber ganado la medalla de oro, la televisión lo mostró hablando con su familia. “lo importante que salimos vivos, tenía mucho miedo de lesionarme”, dijo sin haber “aterrizado”, como si siguiera volando con su bicicleta.

El BMX freestyle tiene la belleza de la calle y tiene, también, su peligro. Es poseedor de la creatividad de un artista de dibujar en el cielo una figura. Es tan precoz su desarrollo que todavía hay mucho por crear. Como otros deportes, al no haber un oponente que impida la propuesta de cada ejecutante, el arte puede asomar con mayor fluidez.

Es tan nuevo como deporte olímpico que fue en los Juegos de Buenos Aires de 2018 que ese estrenó como tal en las rampas montadas en Puerto Madero.

El “Maligno” voló alto porque como un artista o como sucede en el amor -tal como dice Lacan- dio lo que no tenía. Voló con su asma y las fracturas que lleva en su cuerpo. Voló tan alto como el globo de París.

Guillermo Cerminaro