Tres posibles lecturas del final de Game of Thrones

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Terminó Game of Thrones. O, en todo caso, ya no habrá nuevos capítulos. Porque, por cualidades propias, la serie basada en las historias de George RR Martin necesita más de una lectura, más de una pasada por la televisión. Entonces, hacia allá vamos: aquí, tres posibles lecturas veloces de los últimos capítulos de la serie que cambió las series.


En el juego de tronos, ganas o mueres

En el año 2011 inició el camino de Game of Thrones, que, sin duda, marcó, marca y marcará el mundo de las series. Mirando en perspectiva, lejos estoy de las sensaciones y de las expresiones que se compartieron en las redes. Estamos ante una de las mayores producciones de la historia.

Hay que resaltar que vivimos una serie con decenas de personajes que fueron forjando el rumbo hacia el flamante reinado de  Bran the Broken King of Six Kingdoms. Cada uno tuvo su misión, su rol en la historia: desde Hodor hasta Robb Stark, pasando por los Greyjoy, Baratheon y los Tyrell.

La manada sobrevive, y los jóvenes STARK, tan castigados en la serie, lograron sobrevivir y concentrar el poder. Su hermano putativo, Aegon Targaryen, hizo lo que tenía que hacer. Una vez más, se hizo cargo y terminó con la linea de sucesión Targaryen. También Tyrion recuperó su rol político y generó, no solo las condiciones para un nuevo reinado, sino también un sistema más democrático. No tan democrático como Sam hubiera querido.

En mi opinión, la última temporada merecía más capítulos, más desarrollo. Apenas unas horas alcanzaron para desarrollar el desenlace tan esperado. Creo que si bien logró recorrer todos los cabos que había que cerrar, no estuvo a la altura de otras temporadas y otras escenas como La boda roja, La batalla de los bastardos, El fuego valyrio o El septón supremo.

Federico Martínez Waltos


Valar Morghulis: Todos los hombres deben morir

Que el final es bueno. Que es malo. Que está apresurado. Que fue tibio, jugado, sorprendente. Que esto no es lo que merecía la mejor serie de la historia. Que no es la mejor serie de la historia. Que lo era, hasta que ahora ya no. Se dijo de todo. Y, como si la historia se escribiera antes del suceso, se dijo todo lo que un evento de esta magnitud puede generar: cualquier final de Game of Thrones hubiera generado el gusto de unos y la rabia de otros.

Y lo que hubo fue un desenlace lógico. Nada de sorpresas para el ojo atento. Si la rueda debía romperse, Daenerys debía morir en el camino: solo quienes no jugaron el juego estaban libres de un pecado de ambición simbolizado en un objeto de poder y puesto en práctica en forma constante. Y en una temporada de diálogos un poco… infantiles, las conversaciones del episodio final elevan la vara de la dialéctica y, sobre todo, recuperan la conversación sobre los grandes temas, ya no de la serie, sino de la humanidad: el poder, la violencia, el deber.

En cualquier caso, con un gran final o con uno mediocre, el gran mérito de la serie ya estaba consolidado desde hace tiempo: haber generado un producto tan popular como pensado, tan transversal como profundo es una victoria en sí misma. Las discusiones dadas, las palabras pronunciadas: eso es lo que queda en la historia.

Patricio Cerminaro


Tullidos, bastardos y cosas rotas

El final ha llegado. Todavía están frescas las imágenes y el corazón palpitante como para hacer un análisis. Más allá de eso, hay que pensar a Game of Thrones como una serie de ocho temporadas y no sobrevalorar en el análisis la última y menos aún el final.

La serie ha dejado un nivel de producción y una forma de filmación inusuales. La trama, a veces discutida, llevó la dificultad de contar la historia de infinidad de personajes y, más allá de alguna que otra inconsistencia, salió airosa.

Parte importante del éxito de GOT es la identificación del fandom con cada uno de los personajes. Una identificación que, sobre todo, en el último tramo ha confundido el deseo personal del cada espectador con las necesidades de guion. Es así que muchos fans han quedado decepcionados, aunque, se sabe no se puede contentar a todos.

Este proceso de identificación se da con los personajes principales: la escasas ansias de poder de Jon Snow,  la crueldad de Cersei (quizá Lena Headey sea la que mejor interpretó el personaje), la fascinación ejercida por  Daenerys y sus dragones, la sagacidad de Tyrion, los procesos de evolución de Sansa, de Jaime Lannister, de Theon Greyjoy, la valentía de Arya y el enigma Bran.

Pero también se verifica en personajes no tan importantes como  Samwell Tarly,  Gendry, Tormund,  Hodor, Brienne o “El Perro”, que han generado momentos de  empatía con la audiencia.

De más está decir que el mundo fantástico unido a estos personajes tan “reales” hacen de GOT un banquete de larga duración y que lo que queda ahora es una relectura, necesaria,  no sólo paliar el síndrome de abstinencia, sino para entender mejor un mundo de una complejidad extrema.

Guillermo Cerminaro